Incontro con il Presidente dell’Assemblea della Repubblica e con il Primo Ministro nella Nunziatura Apostolica di Lisbona
Vespri con i Vescovi, i Sacerdoti, i Diaconi, i Consacrati e le Consacrate, i Seminaristi e gli Operatori Pastorali nel Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona
Incontro con il Presidente dell’Assemblea della Repubblica e con il Primo Ministro nella Nunziatura Apostolica di Lisbona
Questo pomeriggio, nella Nunziatura Apostolica di Lisbona, il Santo Padre Francesco ha incontrato il Presidente dell’Assemblea della Repubblica, S.E. il Sig. Augusto Ernesto dos Santos Silva e, successivamente, il Primo Ministro della Repubblica del Portogallo, S.E. il Sig. António Costa.
Al termine degli incontri, il Papa ha lasciato la Nunziatura Apostolica e si è trasferito in auto al Mosteiro dos Jerónimos per la recita dei Vespri.
[01203-IT.01]
Vespri con i Vescovi, i Sacerdoti, i Diaconi, i Consacrati e le Consacrate, i Seminaristi e gli Operatori Pastorali nel Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona
Omelia del Santo Padre
Traduzione in lingua portoghese
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua francese
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua tedesca
Traduzione in lingua polacca
Traduzione in lingua araba
Lasciata la Nunziatura Apostolica, il Santo Padre Francesco si è recato al Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona per la recita dei Vespri con i Vescovi, i Sacerdoti, i Diaconi, i Consacrati e le Consacrate, i Seminaristi e gli Operatori Pastorali.
Al Suo arrivo, alle ore 18.30, il Papa è stato accolto all’entrata principale dal Patriarca di Lisbona, Em.mo Card. Manuel Clemente, dal Presidente della Conferenza Episcopale Portoghese e Vescovo di Leiria-Fatima, S.E. Mons. José Ornelas Carvalho, e dal Parroco. Quindi il Santo Padre ha attraversato la navata centrale e ha raggiunto l’altare.
Dopo un breve saluto di benvenuto del Presidente della Conferenza Episcopale del Portogallo, il Papa ha presieduto la Celebrazione dei Vespri nel corso della quale ha pronunciato l’omelia.
Al termine, il Santo Padre ha lasciato il Mosteiro dos Jerónimos ed è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica di Lisbona.
Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato nel corso della recita dei Vespri:
Omelia del Santo Padre
Queridos hermanos obispos,
queridos sacerdotes y diáconos, consagradas, consagrados y seminaristas,
queridos agentes pastorales, hermanos y hermanas: Boa tarde!
Me siento feliz de estar entre ustedes para vivir junto a tantos jóvenes la Jornada Mundial de la Juventud, pero también para compartir vuestro camino eclesial, vuestros cansancios y esperanzas. Agradezco a Mons. José Ornelas Carvalho las palabras que me ha dirigido; deseo rezar con ustedes para que, como ha dicho, podamos ser, junto con los jóvenes, audaces en abrazar “el sueño de Dios y encontrar caminos para una participación alegre, generosa y transformadora, para la Iglesia y la humanidad”.
Me rodea la belleza de este país, tierra de paso entre el pasado y el futuro, lugar de antiguas tradiciones y de grandes cambios, adornado por valles exuberantes y playas doradas que se asoman a la hermosura sin límites del océano, que bordea Portugal. Esto me evoca el entorno de la llamada de Jesús a los primeros discípulos, a orillas del mar de Galilea. Quisiera detenerme en esta llamada, que pone de manifiesto lo que acabamos de escuchar en la Lectura breve de Vísperas: el Señor nos ha salvado y nos ha llamado no por nuestras obras, sino por su gracia (cf. 2 Tm 1,9). Esto sucedió en la vida de los primeros discípulos cuando Jesús, pasando, «vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban lavando las redes» (Lc 5,2). Entonces Jesús subió a la barca de Simón y, después de haber hablado a la multitud, cambió la vida de aquellos pescadores invitándolos a remar mar adentro y a echar las redes. Vemos inmediatamente un contraste: por una parte, los pescadores bajan de la barca para lavar las redes, es decir, para limpiarlas, conservarlas bien y volver a casa; por otra parte, Jesús sube a la barca e invita a echar de nuevo las redes para la pesca. Resaltan las diferencias: los discípulos bajan, Jesús sube; ellos quieren guardar las redes, Él quiere que se echen nuevamente al mar para la pesca.
En primer lugar, están los pescadores que bajan de la barca para lavar las redes. Esta es la escena que se presenta ante los ojos de Jesús y Él se detiene precisamente allí. Hacía poco que había comenzado su predicación en la sinagoga de Nazaret, pero sus compatriotas lo habían empujado fuera de la ciudad e incluso habían intentado matarlo (cf. Lc 4,28-30). Entonces Él salió del lugar sagrado y comenzó a predicar la Palabra entre la gente, en las calles donde las mujeres y los hombres de su tiempo se afanaban cada día. A Cristo lo que le interesa es llevar la cercanía de Dios precisamente a los lugares y las situaciones donde las personas viven, luchan, esperan, a veces teniendo entre las manos fracasos y frustraciones, justamente como esos pescadores que durante la noche no habían sacado nada. Jesús mira con ternura a Simón y a sus compañeros que, cansados y amargados, lavan sus redes, realizando un gesto repetitivo, pero también lleno de fatiga y resignación: no quedaba más que volver a casa con las manos vacías.
A veces, en nuestro camino eclesial, podemos experimentar un cansancio similar, cuando nos parece que entre las manos sólo tenemos redes vacías. Es un sentimiento bastante difundido en los países de antigua tradición cristiana, afectados por muchos cambios sociales y culturales, y cada vez más marcados por el secularismo, por la indiferencia hacia Dios y por un creciente distanciamiento de la práctica de la fe. Y esto a menudo se acentúa por la desilusión y la rabia que algunos alimentan en relación a la Iglesia, en algunos casos por nuestro mal testimonio y por los escándalos que han desfigurado su rostro, y que llaman a una purificación humilde y constante, partiendo del grito de dolor de las víctimas, que siempre han de ser acogidas y escuchadas. Pero, cuando uno se siente desanimado, el riesgo es bajar de la barca y quedar atrapados en las redes de la resignación y del pesimismo. En cambio, confiemos en que Jesús continúa tendiendo la mano y sosteniendo a su amada Esposa. Por eso, llevemos al Señor nuestras fatigas y nuestras lágrimas, para poder afrontar las situaciones pastorales y espirituales, dialogando entre nosotros con apertura de corazón para experimentar nuevos caminos a seguir.
En efecto, apenas los apóstoles bajan a lavar los instrumentos utilizados, Jesús sube a la barca y luego los invita a echar nuevamente las redes. Él viene a buscarnos en nuestras soledades y en nuestras crisis para ayudarnos a recomenzar. También hoy pasa por las orillas de la existencia para reavivar la esperanza y decirnos también a nosotros, como a Simón y a los otros: «Navega mar adentro, y echen las redes» (Lc 5,4). Hermanos y hermanas, lo que vivimos es ciertamente un tiempo difícil, pero el Señor hoy pregunta a esta Iglesia: “¿Quieres bajar de la barca y hundirte en la desilusión, o dejarme subir y permitir que sea una vez más la novedad de mi Palabra la que lleve el timón? ¿Te conformas sólo con el pasado que tienes detrás o te atreves a echar nuevamente con entusiasmo las redes para la pesca?”. Esto es lo que nos pide el Señor: que reavivemos la inquietud por el Evangelio. Y podemos decir que esta es la inquietud “buena” que la inmensidad del océano les entrega a ustedes portugueses: ir más allá de la orilla, no para conquistar el mundo, sino para animarlo con la consolación y la alegría del Evangelio. En esta óptica se pueden leer las palabras de uno de sus grandes misioneros, el Padre António Vieira, llamado “Paiaçu”, padre grande. Él decía que Dios les ha dado una pequeña tierra para nacer; pero, haciéndolos asomarse al océano, les ha dado el mundo entero para morir: «Para nacer, poca tierra; para morir, toda la tierra; para nacer, Portugal; para morir, el mundo» (A. Vieira, Homilías, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Echar de nuevo las redes y abrazar al mundo con la esperanza del Evangelio: ¡a esto estamos llamados! No es tiempo de detenerse y rendirse, de amarrar la barca en tierra o de mirar atrás; no debemos evadir este tiempo porque nos da miedo y refugiarnos en formas y estilos del pasado. No, este es el tiempo de gracia que el Señor nos da para aventurarnos en el mar de la evangelización y de la misión.
Pero, para poder hacerlo, también necesitamos tomar decisiones. Quisiera indicarles tres de ellas, inspiradas en el Evangelio.
En primer lugar, navegar mar adentro. Para echar nuevamente las redes al mar, es necesario dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo, tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico que nos asaltan frente a las dificultades. Es necesario hacerlo para pasar del derrotismo a la fe, como Simón que, aun habiendo trabajado en vano toda la noche, afirmó: «Si tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5). Pero, para confiar cada día en el Señor y en su Palabra, no son suficientes las palabras, se necesita mucha oración. Sólo en adoración, sólo ante el Señor se recuperan el gusto y la pasión por la evangelización. Entonces se supera la tentación de llevar adelante una “pastoral de la nostalgia y de los lamentos” y se tiene la valentía de navegar mar adentro, sin ideologías y sin mundanidad, animados por un único deseo: que el Evangelio llegue a todos. Ustedes tienen muchos ejemplos en este camino y, visto que estamos rodeados de jóvenes, quisiera recordar a un joven de Lisboa, san Juan de Brito, que hace siglos, en medio de muchas dificultades, partió hacia la India y empezó a hablar y a vestirse del mismo modo de los que encontraba con tal de anunciar a Jesús. También nosotros estamos llamados a sumergir nuestras redes en el tiempo en que vivimos, a dialogar con todos, a hacer comprensible el Evangelio, aun cuando para hacerlo podamos correr el riesgo de alguna tormenta. Como los jóvenes que vienen aquí de todo el mundo para desafiar las olas gigantes de Nazaré, también nosotros vayamos mar adentro sin miedo; no tengamos miedo de afrontar el mar abierto, porque en medio de la tormenta y de los vientos contrarios, Jesús viene a nuestro encuentro y nos dice: «Tranquilícense, soy yo; no teman» (Mt 14,27).
Una segunda decisión: llevar adelante juntos la pastoral. En el texto Jesús confía a Pedro la tarea de navegar mar adentro, pero después habla en plural, diciendo «echen las redes» (Lc 5,4). Pedro guía la barca, pero en la barca están todos y todos están llamados a echar las redes. Y cuando recogen una gran cantidad de peces, no creen que puedan hacerlo solos, no administran el don como posesión y propiedad privada, sino que —dice el Evangelio— «hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos» (Lc 5,7). Así llenaron dos barcas, no una. Uno significa soledad, cerrazón, pretensión de autosuficiencia, dos significa relación. La Iglesia es sinodal, es comunión, ayuda recíproca, camino común. A esto tiende el Sínodo en curso, que tendrá su primer momento asambleario en el próximo mes de octubre. En la barca de la Iglesia tiene que haber lugar para todos: todos los bautizados están llamados a subir en ella y a echar las redes, comprometiéndose personalmente en el anuncio del Evangelio. Es un gran desafío, especialmente en los contextos en que los sacerdotes y los consagrados están cansados porque, mientras las exigencias pastorales aumentan, ellos son cada vez menos. Sin embargo, en esta situación podemos ver una ocasión para involucrar, con impulso fraterno y sana creatividad pastoral, a los laicos. Las redes de los primeros discípulos, entonces, se convierten en una imagen de la Iglesia, que es una “red de relaciones” humanas, espirituales y pastorales. Si no hay diálogo, corresponsabilidad y participación, la Iglesia envejece. Quisiera decirlo así: jamás un obispo sin su presbiterio y el Pueblo de Dios; jamás un sacerdote sin sus compañeros; y todos unidos como Iglesia —sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos—, nunca sin los otros, sin el mundo. Sin mundanidad, pero no sin el mundo. En la Iglesia nos ayudamos, nos sostenemos mutuamente y estamos llamados a difundir también fuera un clima constructivo de fraternidad. Por otra parte, san Pedro escribe que somos las piedras vivas empleadas para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 P 2,5). Quisiera agregar: ustedes fieles portugueses son también una “calçada”, son las piedras valiosas de ese suelo acogedor y resplandeciente sobre el cual el Evangelio necesita caminar; ni una piedra puede faltar, de lo contrario se nota inmediatamente. ¡Esta es la Iglesia que, con la ayuda de Dios, estamos llamados a construir!
Por último, la tercera decisión: ser pescadores de hombres. Jesús confía a los discípulos la misión de navegar en el mar del mundo. Con frecuencia el mar, en la Escritura, está asociado al lugar del mal y de las fuerzas desfavorables que los hombres no logran dominar. Por eso, pescar personas y sacarlas del agua significa ayudarlas a salir del abismo donde se habían hundido, salvarlas del mal que amenaza con ahogarlas, resucitarlas de toda forma de muerte. El Evangelio, en efecto, es un anuncio de vida en el mar de la muerte, de libertad en los torbellinos de la esclavitud, de luz en el abismo de las tinieblas. Como afirma san Ambrosio, «los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz» (Exp. Luc. IV, 68-79). Hay muchos abismos en la sociedad de hoy, también aquí en Portugal. Tenemos la sensación de que falta el entusiasmo, la valentía de soñar, la fuerza de afrontar los desafíos, la confianza en el futuro; y, mientras tanto, navegamos en la incertidumbre, en la precariedad económica, en la pobreza de amistad social, en la falta de esperanza. A nosotros, como Iglesia, se nos ha confiado la tarea de sumergirnos en las aguas de este mar echando la red del Evangelio, sin señalar con el dedo, sino llevando a las personas de nuestro tiempo una propuesta de vida nueva, la de Jesús: llevar la acogida del Evangelio a una sociedad multicultural; llevar la cercanía del Padre a las situaciones de precariedad y de pobreza que aumentan, sobre todo entre los jóvenes; llevar el amor de Cristo allí donde la familia es frágil y las relaciones están heridas; transmitir la alegría del Espíritu allí donde reinan la desmoralización y el fatalismo. Uno de vuestros poetas escribió: «Para llegar al infinito, y creo que se puede llegar allí, es preciso que tengamos un puerto, uno sólo, firme, y partir de él hacia lo Indefinido» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). ¡Soñamos la Iglesia portuguesa como un “puerto seguro” para quienes afrontan las travesías, los naufragios y las tormentas de la vida!
Les agradezco de corazón, hermanos y hermanas, vuestra escucha; les agradezco todo lo que hacen, vuestro ejemplo y constancia. Muito obrigado! Y los encomiendo a la Virgen de Fátima, a la custodia del ángel de Portugal y a la protección de sus grandes santos; especialmente, aquí en Lisboa, de san Antonio, apóstol incansable, predicador inspirado, discípulo del Evangelio atento a los males de la sociedad y lleno de compasión por los pobres; que interceda por ustedes y les alcance la alegría de una nueva pesca milagrosa. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
[01185-ES.01] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua portoghese
Prezados Irmãos Bispos,
Amados sacerdotes e diáconos, consagradas, consagrados e seminaristas,
Queridos agentes pastorais, irmãos e irmãs, boa tarde!
Estou feliz por me encontrar no meio de vós não só para viver, juntamente com muitos jovens, a Jornada Mundial da Juventude, mas também para partilhar o vosso caminho eclesial com as suas canseiras e esperanças. Agradeço a D. José Ornelas as palavras que me dirigiu; desejo rezar convosco, para – como disse – nos tornarmos, junto com os jovens, ousados em abraçar «o sonho de Deus e encontrar caminhos para uma participação alegre, generosa e transformadora a bem da Igreja e da humanidade».
Mergulhei na beleza do vosso país, terra de passagem entre o passado e o futuro, local de antigas tradições e de grandes mudanças, embelezado por vales viçosos e praias douradas debruçadas sobre o imenso e fascinante oceano, que banha Portugal. Tudo isto me sugere o ambiente da vocação dos primeiros discípulos, que Jesus chamou nas margens do Mar da Galileia. Quero deter-me sobre esta chamada, que põe em evidência o que acabámos de ouvir na Lectio brevis das Vésperas: o Senhor salvou-nos e chamou-nos não em atenção às nossas obras, mas segundo a sua graça (cf. 2 Tm 1, 9). O mesmo aconteceu na vida dos primeiros discípulos, quando Jesus, ao passar, «viu dois barcos que se encontravam junto do lago. Os pescadores tinham descido deles e lavavam as redes» (Lc 5, 2). Então Jesus subiu para o barco de Simão e, depois de ter falado às multidões, mudou a vida daqueles pescadores, convidando-os a fazerem-se ao largo e lançarem as redes. Salta aos olhos o contraste: por um lado, os pescadores descem do barco para lavar as redes, ou seja, limpá-las, guardá-las e voltar para casa e, por outro, Jesus sobe para o barco e convida a lançar novamente as redes para a pesca. Sobressaem as diferenças: os discípulos descem, Jesus sobe; os primeiros querem guardar as redes, o Mestre quer que saiam de novo para o mar a fim de pescar.
Em primeiro lugar, temos os pescadores que descem do barco para lavar as redes. Esta é a cena que se apresenta aos olhos de Jesus, e Ele pára ali mesmo. Pouco antes quisera começar a sua pregação na sinagoga de Nazaré, mas os seus conterrâneos expulsaram-No da cidade e tentaram até matá-Lo (cf. Lc 4, 28-30). Então Jesus sai do lugar sagrado e começa a pregar a Palavra no meio da gente, pelas estradas onde labutam dia a dia as mulheres e os homens do seu tempo. Cristo está interessado em fazer sentir a proximidade de Deus precisamente nos lugares e situações onde as pessoas vivem, lutam, esperam, às vezes colecionando nas suas mãos fracassos e insucessos, precisamente como aqueles pescadores que não tinham pescado nada durante a noite. Jesus olha com ternura para Simão e seus companheiros que, cansados e angustiados, lavam as suas redes, realizando um gesto repetitivo, mas também cansado e resignado: não havia mais nada a fazer senão voltar para casa de mãos vazias.
Às vezes podemos sentir um cansaço semelhante no nosso caminho eclesial, quando nada mais temos nas mãos além das redes vazias. Trata-se dum sentimento bastante difundido nos países de antiga tradição cristã, atravessados por muitas mudanças sociais e culturais e cada vez mais marcados pelo secularismo, pela indiferença para com Deus, por um progressivo afastamento da prática da fé. Aliás isto vê-se, com frequência, acentuado pela desilusão e a aversão que alguns nutrem face à Igreja, devido às vezes ao nosso mau testemunho e aos escândalos que desfiguraram o seu rosto e que nos chamam a uma humilde e constante purificação, partindo do grito de sofrimento das vítimas que sempre se devem acolher e escutar. O risco, porém, quando nos sentimos desanimados, é descer do barco, acabando presos nas redes da resignação e do pessimismo. Ao contrário, confiemos que Jesus continua a tomar pela mão e a levantar a sua Esposa amada. Por isso levemos ao Senhor as nossas canseiras e as nossas lágrimas, para poder enfrentar as situações pastorais e espirituais, dialogando entre nós com abertura de coração para experimentar novos caminhos a seguir.
De facto, logo que os apóstolos descem para lavar as ferramentas usadas, Jesus sobe para o barco e depois convida a lançar de novo as redes. Vem procurar-nos nas nossas solidões e crises para nos ajudar a recomeçar. E hoje continua a passar pelas margens da existência para despertar a esperança e dizer, também a nós, como a Simão e aos outros: «Faz-te ao largo; e vós lançai as redes para a pesca» (Lc 5, 4). Irmãos e irmãs, vivemos certamente um tempo difícil, mas a interpelação que o Senhor dirige hoje à Igreja é esta: «Queres descer do barco e afundar na desilusão, ou fazer-Me subir permitindo que seja mais uma vez a novidade da minha Palavra a tomar na mão o leme? Queres apenas conservar o passado que ficou para trás ou lançar de novo e com entusiasmo as redes para a pesca?». Eis o que nos pede o Senhor: despertar a ânsia pelo Evangelho. E esta é a ânsia «boa» que vos comunica, a vós portugueses, a imensidão do oceano: fazer-se ao largo, não para conquistar o mundo, mas para o alegrar com a consolação e a alegria do Evangelho. Sob este ponto de vista, podemos ler as palavras dum vosso grande missionário, o Padre António Vieira, chamado «Paiaçu – pai grande». Segundo ele, para nascer, Deus ter-vos-ia dado uma pequena terra, mas, ao fazer-vos debruçar sobre o oceano, deu-vos o mundo inteiro para morrer: «Para nascer, pequena terra; para morrer, toda a terra: para nascer, Portugal; para morrer, o mundo» (A. Vieira, “Sermão de Santo António”, Roma 1670, § IV, in: Homilias, vol. III, tomo VII, Porto 1959, p. 69). Somos chamados a lançar de novo as redes e a abraçar o mundo com a esperança do Evangelho. Não é momento de parar e desistir, de atracar o barco à margem nem de olhar para trás; não devemos escapar deste tempo, só porque nos mete medo, para nos refugiarmos em formas e estilos do passado. Não! Este é o tempo da graça que o Senhor nos concede para nos aventurarmos no mar da evangelização e da missão.
Mas, para o conseguir, precisamos também de fazer opções. Quero indicar três, inspiradas no Evangelho.
A primeira opção: fazer-se ao largo. Para lançar novamente as redes ao mar, é preciso sair da margem das desilusões e do imobilismo, afastar-se daquela tristeza melosa e daquele cinismo irónico que nos assaltam à vista das dificuldades. Temos de o fazer para passar do derrotismo à fé, como Simão que, apesar de ter trabalhado em vão toda a noite, conclui: «Porque Tu o dizes, lançarei as redes» (Lc 5, 5). Mas, para nos fiarmos dia a dia no Senhor e na sua Palavra, não bastam palavras, é necessário muita oração. Apenas na adoração, só diante do Senhor, é que encontramos o gosto e a paixão pela evangelização. Então vencemos a tentação de continuar com uma «pastoral nostálgica feita de lamentações» e ganhamos coragem para nos fazermos ao largo, sem ideologias nem mundanismos, animados por um único desejo: que chegue a todos o Evangelho. Neste caminho, não vos faltam exemplos! E, dado que nos encontramos no meio dos jovens, apraz-me recordar um jovem lisboeta, São João de Brito, que há séculos, no meio de muitas dificuldades, partiu para a Índia e lá não desdenhava falar e vestir-se à maneira das pessoas locais contanto que lhes pudesse anunciar Jesus. Também nós somos chamados a mergulhar as nossas redes no tempo em que vivemos, a dialogar com todos, a tornar compreensível o Evangelho, mesmo que para isso tenhamos de correr o risco dalguma tempestade. Como os jovens que aqui vêm de todo o mundo para desafiar as ondas gigantes da Nazaré, façamo-nos ao largo também nós sem medo. Sim! Não temamos enfrentar o mar alto, porque no meio da tempestade e dos ventos contrários, Jesus vem ao nosso encontro e diz: «Coragem, sou Eu, não temais!» (Mt 14, 27).
Como segunda opção, levar juntos por diante a pastoral. No texto, Jesus confia a Pedro a tarefa de fazer-se ao largo, mas depois fala no plural, dizendo «e vós lançai as redes» (Lc 5, 4): Pedro guia o barco, mas todos estão no barco e todos são chamados a fazer descer as redes. E, quando apanham uma grande quantidade de peixes, não pensam conseguir arranjar-se sozinhos, nem gerem a dádiva como posse e propriedade privada, mas «fizeram sinal – diz o Evangelho – aos companheiros que estavam no outro barco, para que os viessem ajudar» (Lc 5, 7). Assim encheram, não um, mas dois barcos: um significa solidão, fechamento, pretensão de autossuficiência; dois significa relação. A Igreja é sinodal, é comunhão, ajuda mútua, caminho comum. E a isto tende o Sínodo em curso, que terá o seu primeiro período de assembleia geral no próximo mês de outubro. Na barca da Igreja, deve haver lugar para todos: todos os batizados são chamados a subir para ela e lançar as redes, empenhando-se pessoalmente no anúncio do Evangelho. É um grande desafio, especialmente em contextos onde os sacerdotes e os consagrados estão cansados porque, enquanto as necessidades pastorais vão aumentando sempre mais, eles são cada vez menos. Mas podemos olhar para esta situação como uma ocasião para, com fraterno entusiasmo e sã criatividade pastoral, envolver os leigos. Assim as redes dos primeiros discípulos tornam-se uma imagem da Igreja, que é uma «rede de relações» humanas, espirituais e pastorais. Se não houver diálogo, corresponsabilidade e participação, a Igreja envelhece. Permiti que o exprima assim: nunca um Bispo sem o próprio presbitério e o Povo de Deus; nunca um padre sem os seus irmãos sacerdotes; e todos juntos – sacerdotes, religiosas, religiosos e fiéis leigos – como Igreja, nunca sem os outros, sem o mundo. Sem mundanismo, mas não sem o mundo. Na Igreja, ajudamo-nos, apoiamo-nos reciprocamente e somos chamados a difundir, também fora dela, um clima de fraternidade construtiva. Aliás, como escreve São Pedro, nós somos as pedras vivas usadas para a construção dum edifício espiritual (cf. 1 Ped 2, 5). E poderia acrescentar numa linguagem que vos é familiar: vós, fiéis portugueses, formais uma «calçada», sois os ladrilhos preciosos que compõem um tal pavimento acolhedor e brilhante que o Evangelho há de pisar; e não pode faltar uma pedrinha sequer, senão imediatamente se dá conta. Tal é a Igreja que, com a ajuda de Deus, somos chamados a construir!
Enfim a terceira opção: tornar-se pescadores de homens. Jesus confia aos discípulos a missão de se fazerem ao largo no mar do mundo. Muitas vezes, na Sagrada Escritura, o mar simboliza o lugar do mal e das forças adversas que os homens não conseguem dominar. Por isso pescar as pessoas e tirá-las para fora da água significa ajudá-las a voltar a subir de onde afundaram, salvá-las do mal que ameaça afogá-las, ressuscitá-las de todas as formas de morte. Com efeito, o Evangelho é um anúncio de vida no mar da morte, de liberdade nas voragens da escravidão, de luz no abismo das trevas. Como afirma Santo Ambrósio, «os instrumentos da pesca apostólica são como as redes: de facto, as redes não fazem morrer quem fica preso nelas, mas conserva-o em vida, arrasta-o dos abismos para a luz» (Exp. Luc. IV, 68-79). Não faltam trevas na sociedade atual, inclusive aqui em Portugal. Prova-se a sensação de que tenha diminuído o entusiasmo, a coragem de sonhar, a força para enfrentar os desafios, a confiança no futuro; entretanto, vamos navegando nas incertezas, na precariedade económica, na pobreza de amizade social, na falta de esperança. A nós, como Igreja, cabe a tarefa de nos fazermos ao largo nas águas deste mar, lançando a rede do Evangelho, sem acusar ninguém, mas levando às pessoas do nosso tempo uma proposta de vida nova, que é a de Jesus: levar o acolhimento do Evangelho a uma sociedade multicultural; levar a proximidade do Pai às situações de precariedade e pobreza, que crescem sobretudo entre os jovens; levar o amor de Cristo onde é frágil a família e se encontram feridas as relações; transmitir a alegria do Espírito onde reinam o desânimo e o fatalismo. Assim se exprime um escritor vosso: «Para se chegar ao infinito, e julgo que se pode lá chegar, é preciso termos um porto, um só, firme, e partir dali para Indefinido» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Queremos sonhar a Igreja Portuguesa como um «porto seguro» para quem enfrenta as travessias, os naufrágios e as tempestades da vida.
De coração vos agradeço, irmãos e irmãs, a atenção prestada, tudo o que fazeis, o vosso exemplo e constância. Muito obrigado! E confio-vos a Nossa Senhora de Fátima, à guarda do Anjo de Portugal e à proteção dos vossos grandes Santos e, aqui em Lisboa, de modo especial a Santo António, apóstolo incansável, pregador inspirado, discípulo do Evangelho atento aos males da sociedade e cheio de compaixão pelos pobres. Que ele interceda por vós e vos dê a alegria duma nova pesca milagrosa. E, por favor, não vos esqueçais de rezar por mim.
[01185-PO.01] [Texto original: Espanhol]
Traduzione in lingua italiana
Cari fratelli Vescovi,
cari sacerdoti e diaconi, consacrate, consacrati e seminaristi,
cari operatori pastorali, fratelli e sorelle, buonasera!
Sono felice di essere tra voi per vivere insieme a tanti giovani la Giornata Mondiale della Gioventù, ma anche per condividere il vostro cammino ecclesiale, le vostre fatiche e le vostre speranze. Ringrazio Monsignor José Ornelas Carvalho per le parole che mi ha rivolto; desidero pregare con voi perché, come ha detto, possiamo diventare, insieme ai giovani, audaci nell’abbracciare “il sogno di Dio e nel trovare vie per una partecipazione gioiosa, generosa e trasformatrice, per la Chiesa e per l’umanità”.
Mi sono immerso nella bellezza del vostro Paese, terra di passaggio tra il passato e il futuro, luogo di antiche tradizioni e di grandi cambiamenti, impreziosito da valli rigogliose e da spiagge dorate affacciate sulla sconfinata bellezza dell’oceano, che costeggia il Portogallo. Ciò mi riporta al contesto della prima chiamata dei discepoli, che Gesù chiamò sulle rive del Mare di Galilea. Vorrei soffermarmi su questa chiamata, che evidenzia quanto abbiamo appena ascoltato nella Lettura breve dei Vespri: il Signore ci ha salvati e ci ha chiamati non in base alle nostre opere, ma secondo la sua grazia (cfr 2Tm 1,9). Questo è accaduto nella vita dei primi discepoli quando Gesù, passando, «vide due barche accostate alla sponda. I pescatori erano scesi e lavavano le reti» (Lc 5,2). Gesù allora salì sulla barca di Simone e, dopo aver parlato alle folle, cambiò la vita di quei pescatori invitandoli a prendere il largo e a gettare le reti. Notiamo subito un contrasto: da una parte, i pescatori scendono dalla barca per lavare le reti, cioè per pulirle, conservarle bene e tornare a casa; dall’altra parte, Gesù sale sulla barca e invita a gettare di nuovo le reti per la pesca. Risaltano le differenze: i discepoli scendono, Gesù sale; loro vogliono conservare le reti, Lui vuole che si gettino nuovamente in mare per la pesca.
Anzitutto, ci sono i pescatori che scendono dalla barca per lavare le reti. Questa è la scena che si presenta agli occhi di Gesù e Lui si ferma proprio lì. Aveva da poco iniziato la sua predicazione nella sinagoga di Nazaret, ma i suoi compaesani lo avevano cacciato fuori dalla città e avevano persino cercato di ucciderlo (cfr Lc 4,28-30). Allora Egli esce dal luogo sacro e inizia a predicare la Parola tra la gente, sulle strade dove le donne e gli uomini del suo tempo faticano ogni giorno. A Cristo interessa portare la vicinanza di Dio proprio nei luoghi e nelle situazioni in cui le persone vivono, lottano, sperano, talvolta stringendo tra le mani fallimenti e insuccessi, proprio come quei pescatori che nella notte non avevano preso nulla. Gesù guarda con tenerezza Simone e i suoi compagni che, stanchi e amareggiati, lavano le loro reti, compiendo un gesto ripetitivo, ma anche affaticato e rassegnato: non restava che tornare a casa a mani vuote.
A volte, nel nostro cammino ecclesiale, si può provare una stanchezza simile, quando ci sembra di stringere tra le mani solo delle reti vuote. È un sentimento piuttosto diffuso nei Paesi di antica tradizione cristiana, attraversati da molti cambiamenti sociali e culturali e sempre più segnati dal secolarismo, dall’indifferenza nei confronti di Dio, da un crescente distacco dalla pratica della fede. E ciò è spesso accentuato dalla delusione e dalla rabbia che alcuni nutrono nei confronti della Chiesa, talvolta per la nostra cattiva testimonianza e per gli scandali che ne hanno deturpato il volto, e che chiamano a una purificazione umile e costante, a partire dal grido di dolore delle vittime, sempre da accogliere e da ascoltare. Ma il rischio, quando ci si sente scoraggiati, è quello di scendere dalla barca, restando impigliati nelle reti della rassegnazione e del pessimismo. Invece, dobbiamo portare al Signore le fatiche e le lacrime, per poi affrontare le situazioni pastorali e spirituali confrontandoci con apertura di cuore e sperimentando insieme qualche nuova via da seguire, fiduciosi che Gesù continua a prendere per mano e rialzare la sua amata Sposa.
Infatti, appena gli apostoli scendono a lavare gli strumenti utilizzati, Gesù sale sulla barca e poi invita a gettare di nuovo le reti. Lui viene a cercarci nelle nostre solitudini e nelle nostre crisi per aiutarci a ricominciare. Anche oggi passa sulle rive dell’esistenza per risvegliare la speranza e dire anche a noi, come a Simone e gli altri: «Prendi il largo e gettate le reti per la pesca» (Lc 5,4). Fratelli e sorelle, quello che viviamo è certamente un tempo difficile, ma il Signore oggi chiede a questa Chiesa: “Vuoi scendere dalla barca e sprofondare nella delusione, oppure farmi salire e permettere che sia ancora una volta la novità della mia Parola a prendere in mano il timone? Vuoi solo conservare il passato che hai alle spalle oppure gettare nuovamente con entusiasmo le reti per la pesca?”. Ecco cosa ci domanda il Signore: di risvegliare l’inquietudine per il Vangelo. E possiamo dire che questa è l’inquietudine “buona” che l’immensità dell’oceano consegna a voi portoghesi: spingersi oltre la riva non per conquistare il mondo, ma per allietarlo con la consolazione e la gioia del Vangelo. In quest’ottica si possono leggere le parole di un vostro grande missionario, Padre António Vieira, chiamato “Paiaçu”, padre grande: egli diceva che Dio vi ha dato una piccola terra per nascere ma, facendovi affacciare sull’oceano, vi ha dato il mondo intero per morire: «Per nascere, poca terra; per morire, tutta la terra: per nascere, Portogallo; per morire, il mondo» (A. Vieira, Omelie, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Gettare di nuovo le reti e abbracciare il mondo con la speranza del Vangelo: a questo siamo chiamati! Non è tempo di sostare e arrendersi, di ormeggiare la barca a riva o di guardarsi indietro; non dobbiamo fuggire questo tempo perché ci spaventa e rifugiarci in forme e stili del passato. No, questo è il tempo di grazia che il Signore ci dà per avventurarci nel mare dell’evangelizzazione e della missione.
Per farlo, però, abbiamo anche bisogno di compiere delle scelte. Ne vorrei indicare tre, ispirate al Vangelo.
Anzitutto, prendere il largo. Per gettare nuovamente le reti in mare, bisogna lasciare la riva delle delusioni e dell’immobilismo, prendere le distanze da quella tristezza dolciastra e da quel cinismo ironico che ci assalgono dinanzi alle difficoltà. Bisogna farlo per passare dal disfattismo alla fede, come Simone che, pur avendo faticato a vuoto tutta la notte, dice: «Sulla tua parola getterò le reti» (Lc 5,5). Ma, per fidarsi ogni giorno del Signore e della sua Parola, non bastano le parole, occorre tanta preghiera. Solo in adorazione, solo davanti al Signore si ritrovano il gusto e la passione per l’evangelizzazione. Allora si supera la tentazione di portare avanti una “pastorale della nostalgia e dei rimpianti” e si ha il coraggio di prendere il largo, senza ideologie e senza mondanità, animati da un unico desiderio: che il Vangelo raggiunga tutti. Avete tanti esempi su questa strada e, visto che siamo immersi tra i giovani, mi piace ricordare un giovane di Lisbona, San João de Brito, che secoli fa, fra tante difficoltà, partì per l’India e cominciò a parlare e vestirsi allo stesso modo di chi incontrava pur di annunciare Gesù. Anche noi siamo chiamati a immergere le nostre reti nel tempo che viviamo, a dialogare con tutti, a rendere comprensibile il Vangelo, anche se per farlo possiamo rischiare qualche tempesta. Come i giovani che da tutto il mondo vengono qui a sfidare le onde giganti di Nazaré, anche noi andiamo al largo senza paura; non temiamo di affrontare il mare aperto, perché in mezzo alla tempesta e ai venti contrari ci viene incontro Gesù, che dice: “Coraggio, sono io, non abbiate paura!” (Mt 14,27)».
Una seconda scelta: portare avanti insieme la pastorale. Nel testo Gesù affida a Pietro il compito di prendere il largo, ma poi parla al plurale, dicendo «gettate le reti» (Lc 5,4): Pietro guida la barca, ma sulla barca ci sono tutti e tutti sono chiamati a calare le reti. E quando prendono una grande quantità di pesci, non pensano di farcela da soli, non gestiscono il dono come possesso e proprietà privata ma, dice il Vangelo, «fecero cenno ai compagni dell’altra barca, che venissero ad aiutarli» (Lc 5,7). Così riempirono due barche, non una. Uno significa solitudine, chiusura, pretesa di autosufficienza, due significa relazione. La Chiesa è sinodale, è comunione, aiuto reciproco, cammino comune. A questo tende il Sinodo in corso, che avrà il suo primo momento assembleare nel prossimo ottobre. Sulla barca della Chiesa ci dev’essere spazio per tutti: tutti i battezzati sono chiamati a salirvi e a gettare le reti, impegnandosi in prima persona nell’annuncio del Vangelo. È una grande sfida, specialmente nei contesti in cui i sacerdoti e i consacrati sono affaticati perché, mentre aumentano le esigenze pastorali, sono sempre di meno. A questa situazione, però, possiamo guardare come un’occasione per coinvolgere, con slancio fraterno e sana creatività pastorale, i laici. Le reti dei primi discepoli, allora, diventano un’immagine della Chiesa, che è una “rete di relazioni” umane, spirituali e pastorali. Se non c’è dialogo, corresponsabilità e partecipazione, la Chiesa invecchia. Lo vorrei dire così: mai un Vescovo senza il proprio presbiterio e il Popolo di Dio; mai un prete senza i confratelli; e tutti insieme – sacerdoti, religiose, religiosi e fedeli laici – come Chiesa, mai senza gli altri, senza il mondo. Senza mondanità, ma non senza il mondo. Nella Chiesa ci si aiuta, ci si sostiene a vicenda e si è chiamati a diffondere anche fuori un clima di fraternità costruttivo. D’altronde, San Pietro scrive che siamo le pietre vive impiegate per la costruzione di un edificio spirituale (cfr 1 Pt 2,5). Vorrei aggiungere: voi fedeli portoghesi siete anche una “calçada”, siete le pietre pregiate di quel pavimento accogliente e splendente su cui il Vangelo ha bisogno di camminare: neanche una pietra può mancare, altrimenti si nota subito. Ecco la Chiesa che, con l’aiuto di Dio, siamo chiamati a costruire!
Infine, terza scelta: diventare pescatori di uomini. Gesù affida ai discepoli la missione di prendere il largo nel mare del mondo. Spesso, nella Scrittura, il mare è associato al luogo del male e delle potenze avverse che gli uomini non riescono a dominare. Perciò, pescare le persone e tirarle fuori dall’acqua significa aiutarle a risalire da dove sono sprofondate, salvarle dal male che rischia di farle affogare, risuscitarle da ogni forma di morte. Il Vangelo, infatti, è un annuncio di vita nel mare della morte, di libertà nei gorghi della schiavitù, di luce nell’abisso delle tenebre. Come afferma Sant’Ambrogio, «gli strumenti della pesca apostolica sono come le reti: infatti le reti non fanno morire chi vi è preso, ma lo conservano in vita, lo traggono dagli abissi alla luce» (Exp. Luc. IV, 68-79). Ci sono tante oscurità nella società di oggi, anche qui in Portogallo. Abbiamo la sensazione che sia venuto a mancare l’entusiasmo, il coraggio di sognare, la forza di affrontare le sfide, la fiducia nel futuro; e, intanto, navighiamo nelle incertezze, nella precarietà economica, nella povertà di amicizia sociale, nella mancanza di speranza. A noi, come Chiesa, è affidato il compito di immergerci nelle acque di questo mare calando la rete del Vangelo, senza puntare il dito, ma portando alle persone del nostro tempo una proposta di vita nuova, quella di Gesù: portare l’accoglienza del Vangelo in una società multiculturale; portare la vicinanza del Padre nelle situazioni di precariato e di povertà che crescono, soprattutto tra i giovani; portare l’amore di Cristo dove la famiglia è fragile e le relazioni sono ferite; trasmettere la gioia dello Spirito dove regnano demoralizzazione e fatalismo. Un vostro scrittore ha scritto: «Per arrivare all’infinito, e credo che ci si possa arrivare, abbiamo bisogno di un porto, di uno soltanto, sicuro, e da lì partire verso l’Indefinito» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Sogniamo la Chiesa portoghese come un “porto sicuro” per chiunque affronta le traversate, i naufragi e le tempeste della vita!
Vi ringrazio di cuore, fratelli e sorelle, per l’ascolto, per quanto fate, per il vostro esempio e per la vostra costanza. Molte grazie! E vi affido alla Madonna di Fatima, alla custodia dell’angelo del Portogallo e alla protezione dei vostri grandi santi, specialmente, qui a Lisbona, di Sant’Antonio, instancabile apostolo, ispirato predicatore, discepolo del Vangelo attento ai mali della società e pieno di compassione per i poveri: interceda per voi e vi doni la gioia di una nuova pesca miracolosa. E, per favore, non dimenticatevi di pregare per me.
[01185-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua francese
Chers frères Évêques,
chers prêtres et diacres, personnes consacrées et séminaristes,
chers agents pastoraux, frères et sœurs, bonsoir !
Je suis heureux d’être parmi vous pour vivre, avec un grand nombre de jeunes, les Journées Mondiales de la Jeunesse, mais aussi pour partager votre cheminement ecclésial, vos luttes et vos espérances. Je remercie Monseigneur José Ornelas Carvalho pour les paroles qu’il m’a adressées. Je voudrais prier avec vous pour que, comme il l’a dit, nous devenions avec les jeunes, audacieux pour étreindre le “rêve de Dieu et pour trouver des voies de participation joyeuse, généreuse et transformante, pour l’Église et pour l’humanité”.
Je me suis immergé dans la beauté de votre pays, une terre de jonction entre le passé et l’avenir, un lieu de traditions anciennes et de grands changements, embelli par des vallées luxuriantes et des plages dorées donnant sur la beauté infinie de l’océan qui borde le Portugal. Cela me ramène au contexte du premier appel des disciples, que Jésus appela sur les rives de la Mer de Galilée. Je voudrais m’arrêter sur cet appel qui met en lumière ce que nous venons d’entendre dans la brève lecture des vêpres: le Seigneur nous a sauvés et nous a appelés non pas selon nos œuvres, mais selon sa grâce (cf. 2 Tm 1, 9). C’est ce qui s’est passé dans la vie des premiers disciples, lorsque Jésus, en passant, « vit deux barques qui se trouvaient au bord du lac ; les pêcheurs en étaient descendus et lavaient leurs filets » (Lc 5, 2). Jésus monte alors dans la barque de Simon et, après avoir parlé aux foules, transforme la vie de ces pêcheurs en les invitant à prendre le large et à jeter leurs filets. Nous remarquons immédiatement un contraste : d’une part, les pêcheurs descendent de la barque pour laver leurs filets, c’est-à-dire pour les nettoyer, les garder en bon état et rentrer chez eux ; d’autre part, Jésus monte dans la barque et les invite à jeter à nouveau leurs filets pour pêcher. Les différences sont manifestes: les disciples descendent, Jésus monte ; ils veulent ranger les filets, Lui veut qu’ils soient jetés à nouveau à la mer pour pêcher.
Tout d’abord, les pêcheurs descendent de la barque pour laver leurs filets. C’est la scène que Jésus a sous les yeux et il s’y arrête précisément. Il vient à peine de faire sa prédication dans la synagogue de Nazareth, mais ses concitoyens l’ont chassé de la ville et ont même essayé de le tuer (cf. Lc 4, 28-30). Il sort alors du lieu sacré et commence à prêcher la Parole parmi les gens, sur les routes où les femmes et les hommes de son temps peinent chaque jour. Le Christ veut apporter la proximité de Dieu précisément dans les lieux et les situations où les gens vivent, luttent, espèrent, en serrant parfois dans leurs mains les échecs et les revers, tout comme ces pêcheurs qui n’avaient rien pris durant la nuit. Jésus regarde avec tendresse Simon et ses compagnons qui, fatigués et amers, lavent leurs filets, faisant un geste répétitif, mais aussi fatigué et résigné : il ne restait plus qu’à rentrer à la maison les mains vides.
Parfois, dans notre cheminement ecclésial, nous pouvons faire l’expérience d’une lassitude similaire lorsqu’il nous semble tenir dans nos mains que des filets vides. C’est un sentiment assez répandu dans les pays de vieille tradition chrétienne qui connaissent de nombreux changements sociaux et culturels, et qui sont de plus en plus marqués par la sécularisation, l’indifférence à l’égard de Dieu, un recul croissant de la pratique de la foi. Et cela est souvent accentué par la déception et la colère que certains ressentent à l’égard de l’Église, parfois à cause de notre mauvais témoignage et des scandales qui en ont défiguré le visage et qui appellent à une purification humble et constante, en partant du cri de douleur des victimes, toujours à accueillir et à écouter. Mais le risque, lorsque qu’on se sent découragé, est de descendre de la barque en restant pris dans les filets de la résignation et du pessimisme. Au contraire, nous devons apporter au Seigneur nos peines et nos larmes, pour ensuite affronter les situations pastorales et spirituelles en y faisant face avec ouverture de cœur, et en faisant ensemble l’expérience de nouvelles voies à suivre, confiants que Jésus continue à prendre par la main et à relever son Épouse bien-aimée.
En effet, dès que les apôtres descendent pour laver les outils utilisés, Jésus monte dans la barque et les invite à jeter à nouveau leurs filets. Il vient nous chercher dans nos solitudes et dans nos crises pour nous aider à recommencer. Aujourd’hui encore, il passe sur les rivages de notre existence pour réveiller l’espérance et dire à nous aussi, comme à Simon et aux autres : « Avance au large, et jetez vos filets pour la pêche. » (Lc 5, 4). Frères et sœurs, ce que nous vivons est certainement une époque difficile, mais le Seigneur demande aujourd'hui à cette Église : “Veux-tu descendre de la barque et sombrer dans la déception, ou me laisser monter et permettre à la nouveauté de ma Parole de reprendre en main le gouvernail? Veux-tu simplement t’accrocher au passé que tu as derrière toi, ou bien jeter à nouveau avec enthousiasme les filets pour la pêche ?” Voilà ce que le Seigneur nous demande : de réveiller notre préoccupation pour l’Évangile. Et nous pouvons dire qu’il s’agit d’une “bonne” préoccupation que l’immensité de l’océan vous donne, à vous Portugais: quitter le rivage non pas pour conquérir le monde, mais pour le réjouir de la consolation et de la joie de l’Évangile. Nous pouvons lire dans cette optique les paroles de l’un de vos grands missionnaires, le père António Vieira, appelé “Paiaçu”, “père grand”: il disait que Dieu vous a donné une petite terre pour naître, mais qu’en vous ouvrant sur l’océan, il vous a donné le monde entier pour mourir : « Pour naître, peu de terre ; pour mourir, toute la terre : pour naître, le Portugal ; pour mourir, le monde » (A. Vieira, Homélies, Vol. III, Tome VII, Porto 1959, p. 69). Jeter de nouveau les filets et étreindre le monde avec l’espérance de l’Évangile : c’est à cela que nous sommes appelés ! Le moment n’est pas venu de s’arrêter et d’abandonner, d’amarrer la barque sur le rivage ou de regarder en arrière. Nous ne devons pas fuir ce moment parce qu’il nous ferait peur et nous réfugier dans des formes et des styles du passé. Non, c’est un temps de grâce que le Seigneur nous donne pour nous aventurer sur la mer de l’évangélisation et de la mission.
Mais, pour ce faire, nous avons aussi besoin de faire des choix. Je voudrais en indiquer trois, inspirés par l’Évangile.
Tout d’abord, avancer au large. Pour jeter à nouveau les filets à la mer, il est nécessaire de quitter le rivage des déceptions et de l’immobilisme, de nous éloigner de cette tristesse douceâtre et de ce cynisme ironique qui nous assaillent face aux difficultés. Cela est nécessaire pour passer du défaitisme à la foi, comme Simon qui, après avoir peiné toute la nuit pour rien, dit : « Sur ta parole, je vais jeter les filets » (Lc 5, 5). Mais pour faire confiance chaque jour au Seigneur et à sa Parole, les mots ne suffisent pas, beaucoup de prière est nécessaire. Ce n’est que dans l’adoration, devant le Seigneur, que l’on retrouve le goût et la passion de l’évangélisation. On surmonte alors la tentation de mener une “pastorale de la nostalgie et des regrets” et on trouve le courage d’avancer au large, sans idéologies et sans mondanités, animé d’un seul désir : que l'Évangile parvienne à tous. Vous avez beaucoup d’exemples sur cette route et, puisque nous sommes entourés de jeunes, j’aimerais rappeler un jeune de Lisbonne, Saint João de Brito, qui, il y a des siècles, au milieu de nombreuses difficultés, est parti pour l’Inde et a commencé à parler et à s’habiller de la même manière que ceux qu’il rencontrait afin d’annoncer Jésus. Nous aussi, nous sommes appelés à plonger nos filets dans l’époque que nous vivons, à dialoguer avec tous, à rendre l’Évangile compréhensible, même si, pour le faire, nous risquons quelque tempête. Comme les jeunes qui viennent ici du monde entier pour défier les vagues géantes de Nazaré, nous avançons au large sans peur. Ne craignons pas d’affronter la haute mer car, au milieu de la tempête et face aux vents contraires, Jésus vient à notre rencontre et nous dit : « Confiance ! c’est moi ; n’ayez plus peur ! » (Mt 14, 27)
Un deuxième choix : mener ensemble la pastorale. Dans le texte, Jésus confie à Pierre la tâche d’avancer au large, mais il parle ensuite au pluriel en disant « jetez les filets » (Lc 5, 4) : Pierre conduit la barque, mais tous sont dans la barque et tous sont appelés à jeter les filets. Et lorsqu’ils prennent une grande quantité de poissons, ils ne pensent pas y arriver tout seuls, ils ne considèrent pas le don comme une possession et une propriété privée, mais, dit l’Évangile, « ils font signe à leurs compagnons de l’autre barque de venir les aider » (Lc 5, 7). Ils remplissent ainsi deux barques, et non une seule. Un signifie solitude, fermeture, prétention à l’autosuffisance ; deux signifie relation. L’Église est synodale, elle est communion, entraide, chemin commun. C’est ce à quoi tend le synode en cours qui aura, en octobre prochain, son premier moment en assemblée. Sur la barque de l’Église, il doit y avoir de la place pour tous: tous les baptisés sont appelés à y monter et à jeter les filets, en s’engageant personnellement dans l’annonce de l’Évangile. C’est un grand défi, surtout dans les contextes où les prêtres et les personnes consacrées sont épuisés parce que, alors que les besoins pastoraux augmentent, ils sont de moins en moins nombreux. Nous pouvons cependant considérer cette situation comme une occasion d’impliquer les laïcs dans un enthousiasme fraternel et une saine créativité pastorale. Les filets des premiers disciples deviennent alors une image de l’Église qui est un “réseau de relations” humaines, spirituelles et pastorales. S’il n’y a pas de dialogue, de coresponsabilité et de participation, l’Église vieillit. Je le dirais ainsi : jamais un Évêque sans son presbyterium et le peuple de Dieu ; jamais un prêtre sans ses confrères ; et tous ensemble – prêtres, religieuses, religieux et fidèles laïcs –, en tant qu’Église, jamais sans les autres, sans le monde. Sans mondanité, mais avec le monde. Dans l’Église, on s’aide, on se soutient les uns les autres, et on est appelé à répandre, également à l’extérieur, un climat constructif de fraternité. D’autre part, saint Pierre écrit que nous sommes les pierres vivantes utilisées pour la construction d’un édifice spirituel (cf. 1 P 2, 5). Je voudrais ajouter : vous, fidèles portugais, êtes aussi une “calçada”, vous êtes les pierres de valeur de ce pavement accueillant et splendide sur lequel l’Évangile doit marcher : pas même une pierre ne doit manquer, sinon on le remarque tout de suite. Voilà l’Église qu’avec l’aide de Dieu nous sommes appelés à construire !
Enfin, le troisième choix : devenir pêcheurs d’hommes. Jésus confie aux disciples la mission de prendre le large sur la mer du monde. Souvent, dans l’Écriture, la mer est associée au lieu du mal et des puissances adverses que les hommes ne parviennent pas à maîtriser. Par conséquent, pêcher les personnes et les sortir de l’eau c’est les aider à se relever de là où elles ont sombré, les sauver du mal qui risque de les engloutir, les ressusciter de toutes les formes de mort. L’Évangile, en effet, est une annonce de vie sur la mer de la mort, de liberté dans les tourbillons de l’esclavage, de lumière dans l’abysse des ténèbres. Comme l’affirme saint Ambroise, « les instruments de pêche des Apôtres sont les filets qui ne font point périr leur prise, mais la conservent et la retirent des abîmes à la lumière » (Exp. Luc. IV, 68-79). Dans la société actuelle, il y a beaucoup de ténèbres, même ici au Portugal. Nous avons l’impression que l’enthousiasme, le courage de rêver, la force d’affronter les défis, la confiance dans l’avenir ont disparu ; et, pendant ce temps, nous naviguons dans les incertitudes, dans la précarité économique, dans la pauvreté en amitié sociale, dans le manque d’espérance. C’est à nous, en tant qu’Église, qu’est confiée la tâche de nous plonger dans les eaux de cette mer en jetant le filet de l’Évangile, sans pointer du doigt mais en apportant aux hommes de notre temps une proposition de vie nouvelle, celle de Jésus: susciter l’accueil de l’Évangile dans une société multiculturelle ; rendre proche le Père dans les situations de précarité et de pauvreté qui se multiplient, en particulier chez les jeunes ; apporter l’amour du Christ là où la famille est fragile et les relations blessées ; transmettre la joie de l’Esprit là où règnent la démoralisation et le fatalisme. Un de vos écrivains a écrit : « Pour parvenir à l'infini, et je crois que nous pouvons y parvenir, nous avons besoin d’un port, d’un seul, sûr, et de là partir vers l’Infini » (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Nous rêvons de l’Église portugaise comme d’un “port sûr” pour tous ceux qui font face aux traversées, aux naufrages et aux tempêtes de la vie.
Je vous remercie de tout cœur, frères et sœurs, pour votre écoute, pour ce que vous faites, pour votre exemple et pour votre constance. Merci beaucoup. Je vous confie à la Vierge de Fatima, à la garde de l’ange du Portugal et à la protection de vos grands saints, en particulier, ici à Lisbonne, de saint Antoine, apôtre infatigable, prédicateur inspiré, disciple de l’Évangile attentif aux maux de la société et plein de compassion pour les pauvres : qu’il intercède pour vous et vous donne la joie d’une nouvelle pêche miraculeuse. Et, s’il vous plaît, n’oubliez pas de prier pour moi.
[01185-FR.01] [Texte original: Espagnol]
Traduzione in lingua inglese
Dear brother Bishops,
Dear priests and deacons, consecrated women and men, and seminarians,
Dear pastoral workers, Dear brothers and sisters, good evening!
I am pleased to be with you, not only to experience World Youth Day together with so many young people, but also to share in your own ecclesial journey, your challenges and your hopes. I thank Bishop José Ornelas Carvalho for his kind words. This evening I would like to join you in prayer, so that, as the Bishop said, along with the young people we can boldly embrace “the dream of God and blaze trails towards a joyful, generous and transforming participation, for the Church and for humanity”.
I find myself immersed in the beauty of your country, a land of passage between past and future, a place of ancient traditions and of great changes, embellished by verdant valleys and golden beaches that face the boundless beauty of the ocean that borders Portugal. This makes me think of the first calling of the disciples: those whom Jesus called on the shores of the Sea of Galilee. I would like to dwell on that call, which reminds us of what we just heard in the brief reading of these Vespers: the Lord has saved us and has called us, not according to our works but according to his grace (cf. 2 Tim 1:9). This was the case in the lives of those first disciples when Jesus, as he passed by, “saw two boats there at the shore of the lake. The fishermen had gone out of them and were washing their nets” (Lk 5:2). Jesus then got into Simon’s boat and, after teaching the crowds, changed the life of those fishermen by inviting them to put out into the deep water and let down their nets. We immediately note the contrast: the fishermen leave the boat to wash their nets, that is, to clean and repair them, and then to return home, whereas Jesus gets into the boat and invites them to let down their nets for a catch. We see the difference: the disciples get out of the boat, while Jesus gets into the boat; they want to put away their nets, while he wants them to lower them once more into the sea for a catch.
To start, the fishermen are getting out of the boat to wash their nets. Jesus sees this and stops. Shortly before, he had inaugurated his preaching in the synagogue of Nazareth, but his countrymen had chased him out of the city and even sought to kill him (cf. Lk 4:28-30). He then left the sacred precincts and began to preach the word among the people, on the streets where the men and women of his time lived and worked each day. Christ wanted to bring God’s closeness into the very places and situations in which people live, work and hope, sometimes clinging to their past failures and their shortcomings, precisely like those fishermen who had laboured throughout the night and caught nothing. Jesus looks sympathetically upon Simon and his companions who, tired and disappointed, were washing their nets as usual, resigned to the fact that they would return home empty-handed.
There are moments in our ecclesial journey when we can feel a similar weariness, when we seem to be holding only empty nets. This is not uncommon in countries of ancient Christian tradition, buffeted by social and cultural changes and increasingly marked by secularism, indifference to God and growing detachment from the practice of the faith. It is often accentuated by the disappointment and anger with which some people view the Church, at times due to our poor witness and the scandals that have marred her face and call us to a humble and ongoing purification, starting with the anguished cry of the victims, who must always be accepted and listened to. Whenever we feel discouraged, we can feel tempted to leave the boat and become entangled in the nets of resignation and pessimism. Instead, we need to bring those struggles and tears to the Lord, in order then to respond to pastoral and spiritual needs, together, with open hearts and finding new ways to follow him, confident that Jesus is ever ready to hold out his hand and lift up his beloved Spouse.
As soon as the apostles get out of the boat to wash their nets, Jesus gets into the boat and calls them to lower their nets again. In the same way, he also comes to us amid our feelings of solitude and our crises, in order to help us begin anew. Today too, he stands at the shore of our lives, to revive our hope and to say to us, as he did to Simon and the others: “Put out into the deep water and let down your nets for a catch” (Lk 5:4). Dear brothers and sisters, we are surely living in difficult times, but the Lord is asking this Church: “Do you want to leave the boat and plunge into disillusion, or will you let me enter and allow the newness of my words once more to take the helm? Do you want only to preserve the past which lies behind you, or do you want once again to lower the nets with enthusiasm for the catch?” That is what the Lord is asking us: to revive our “restless” enthusiasm for the spread of the Gospel. That restlessness is a good thing: it is what the immensity of the ocean holds out to you, dear Portuguese friends: an eagerness to set out from the shore, not to conquer the world but to make it exult in the comforting joy of the Gospel. Here we can think of the words of one of your great missionaries, Father António Vieira, known as “Paiaçu”, “great father”. He once said that God gave you a small land for your birth but by making you gaze at the ocean, he gave you an entire world for which to die: “To be born, a small land; to die, the whole world; to be born in Portugal, to die, the whole world” (A. VIEIRA, Homilies, vol. III, t. VII, Porto, 1959, p. 69). To lower the nets anew and to embrace the whole world with the hope brought by the Gospel: that is what we are called to do! This is not the time to stop and give up, to drag the boat to shore or to look back. We must not take flight from the present out of fear, or take refuge in forms and practices of the past. Now is the God-given time of grace to sail boldly into the sea of evangelization and of mission.
To do this, however, we also need to make certain choices. I would like to indicate three, which are inspired by the Gospel.
First, to put out into the deep. In order to lower the nets anew, we must set out and leave behind the shores of our disappointments and our inertia, to leave behind the faint melancholy and the cynicism and irony that can beset us in the face of difficulties. This has to be done if we are to pass from defeatism to faith, like Simon, who even after struggling vainly all night, was able to say: “At your word, I will let down the nets” (Lk 5:5). To entrust ourselves each day to the Lord and his word, however, words are not enough; much prayer is also needed. Only in adoration, only in the presence of the Lord, do we truly rediscover our taste and passion for evangelization. Only then can we overcome the temptation to offer a “ministry of nostalgia and regrets” and find the courage to put out into the deep, without ideologies or forms of worldliness, impelled by a single desire: that the Gospel be preached to all people. Along this path, you yourselves have had many examples. Seeing that we are surrounded by so many young people, I would like to mention a young person from Lisbon, Saint John Brito, who centuries ago, amid great hardship, set sail for India and began to speak and dress the same way as the people of the places he went, in order to tell them about Jesus. We too are called to lower our nets these days and to dialogue with everyone, proposing the Gospel message, even if it involves risking a few storms. Like the young people who come here from all over the world to take on the giant waves of Nazaré, we too must set out fearlessly. Indeed, we need never fear the open seas, for in the midst of storms and battling oncoming winds, Jesus comes to meet us and says “Take heart, it is I; do not be afraid” (Mt
A second choice: to work together in offering pastoral care. In the Gospel, Jesus gives Peter the task of putting out into the deep, but then, speaking in the plural, tells the others: “Let down your nets” (Lk 5:4). Peter guides the barque, but others are on board and all of them are called to lower their nets. And when they take in a great catch of fish, they do not try to go it alone, or treat the boon as their private possession and property but, as the Gospel tells us, “they signaled their partners in the other boat to come and help them” (Lk 5:7). In this way, they filled two boats, not one. “One” speaks to us of solitude, self-absorption, the illusion of self-sufficiency, whereas “two” speaks of relationship. The Church is synodal: she is communion, mutual assistance and shared journey. That is the aim of the current Synod, which will have its first general assembly in October. On the boat of the Church, there has to be room for everyone: all the baptized are called on board to lower the nets, becoming personally involved in the preaching of the Gospel. This is a great challenge, especially in those situations where priests and consecrated persons are hard pressed, since their numbers are fewer and pastoral demands ever greater. Even so, we can look at this as an opportunity for involving, with fraternal enthusiasm and sound pastoral creativity, the lay faithful. The nets of the first disciples can thus serve as an image of the Church, which is a “network of relationships”, human, spiritual and pastoral. When dialogue, co-responsibility and participation are lacking, the Church grows old. I would put it this way: never a Bishop without his priests and the people of God; never a priest without his brother priests; and all of us together, as Church – priests, consecrated men and women, and the lay faithful – never without others or without the world. Without worldliness, to be sure, yet not without the world. In the Church, we help each other, we support one another and we feel ourselves called to spread a climate of constructive fraternity beyond our own walls. For that matter, Saint Peter tells us that we are living stones being built into a spiritual house (cf. 1 Pet “calçada”; you are the precious stones of that friendly and resplendent pavement on which the Gospel needs to walk: not even one stone can be lacking, otherwise its absence is immediately noted. This is the Church that, with the help of God, we are called to build!
Lastly, a third choice: to become fishers of men. Jesus entrusts his disciples with the mission of putting out into the sea of the world. In the Scriptures, the sea is often seen as the haunt of malign and adverse powers that human beings are incapable of controlling. So to be “catchers of men and women” and to draw them out of the water means to help them to return to the place from which they have fallen, to save them from the evil that threatens to overwhelm them, to revive them from every form of death. The Gospel is a proclamation of life amid the abyss of death, of freedom amid the eddies of enslavement, of light in the depth of darkness. In the words of Saint Ambrose, “the means to be used in apostolic fishing are like nets: for nets do not kill the catch but keep it alive; they drag it from the depths into the light” (Exp. Luc. IV, 68-79). There is so much darkness in today’s society, also here in Portugal. We seem to have lost a sense of enthusiasm, the courage to dream, the strength to confront challenges and to be confident about the future; and so we sail amid doubts and economic uncertainty, an impoverishment of social friendship, and lack of hope. As Church, we are entrusted with the task of putting out into the waters of this sea and casting the nets of the Gospel, not pointing fingers but bringing to the men and women of our time an offer of new life, the life of Jesus. We are called to bring the openness of the Gospel to a multicultural society; to bring the closeness of the Father to situations of growing uncertainty and poverty, especially among young people. To bring the love of Christ wherever families are fragile and relationships wounded. To transmit the joy of the Spirit where discouragement and fatalism reign. As one of your authors has written: “To arrive at the infinite, and I do believe that one can arrive there, we need a secure port, just one, from which to set out towards the Indefinite” (F. PESSOA, Livro do Desassossego, Lisbon, 1998, 247). Let us dream of the Church in Portugal as a “secure port” for all those who face the straits, the shipwrecks and the tempests of life!
I thank you most cordially, brothers and sisters, for your welcome, for all that you are doing, and for your example of perseverance. Thank you! I entrust you to Our Lady of Fatima, to the safekeeping of the Angel of Portugal and to the protection of your great saints. Here in Lisbon, I think especially of Saint Anthony, tireless apostle, inspired preacher and faithful disciple of the Gospel, attentive to the ills of society and filled with compassion for the poor. May he intercede for you and grant you the joy of a new “miraculous catch of fish”. And I ask you, please, not to forget to pray for me.
[01185-EN.01] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua tedesca
Liebe Mitbrüder im Bischofsamt,
liebe Priester und Diakone, gottgeweihte Frauen und Männer, Seminaristen,
liebe pastorale Mitarbeiter, liebe Brüder und Schwestern, guten Abend!
Ich freue mich, unter euch zu sein, um den Weltjugendtag gemeinsam mit so vielen jungen Menschen zu erleben, aber auch, um euren Weg in der Kirche, eure Mühen und eure Hoffnungen zu teilen. Ich danke Bischof José Ornelas Carvalho für die Worte, die er an mich gerichtet hat. Ich möchte mit euch beten, damit wir, wie er sagte, zusammen mit den jungen Menschen es wagen, „Gottes Traum anzunehmen und Wege für eine freudige, großzügige und verwandelnde Beteiligung für die Kirche und für die Menschheit zu finden“.
Ich bin in die Schönheit eures Landes eingetaucht, ein Land des Übergangs zwischen Vergangenheit und Zukunft, ein Ort uralter Traditionen und großer Veränderungen, geziert durch üppige Täler und goldene Strände, die auf die grenzenlose Schönheit des Ozeans blicken, der Portugal umspült. Das bringt mich wieder in den Kontext der ersten Berufung der Jünger, die Jesus an den Ufern des Sees Gennesaret berief. Ich möchte bei dieser Berufung verweilen, die unterstreicht, was wir gerade in der Kurzlesung der Vesper gehört haben: Der Herr hat uns gerettet und gerufen, nicht aufgrund unserer Taten, sondern aus Gnade (vgl. 2 Tim 1,9). Dies geschah im Leben der ersten Jünger: Jesus sah im Vorbeigehen »zwei Boote am See liegen. Die Fischer waren aus ihnen ausgestiegen und wuschen ihre Netze« (Lk 5,2). Da stieg Jesus in Simons Boot und veränderte, nachdem er zu den Menschenmengen gesprochen hatte, das Leben jener Fischer, indem er sie aufforderte, auf den See hinauszufahren und ihre Netze auszuwerfen. Wir bemerken sofort einen Gegensatz: Auf der einen Seite steigen die Fischer aus dem Boot, um ihre Netze zu waschen, d.h. um sie zu säubern, sie gut aufzubewahren und um nach Hause zurückzukehren; auf der anderen Seite steigt Jesus in das Boot und lädt sie ein, ihre Netze wieder zum Fischen auszuwerfen. Die Unterschiede fallen auf: die Jünger steigen aus, Jesus steigt ein; sie wollen die Netze aufbewahren, er will, dass sie sie zum Fischen wieder in den See werfen.
Zunächst sind da die Fischer, die aus dem Boot steigen, um die Netze zu waschen. Das ist die Szene, die sich Jesus darbietet, und genau an dieser Stelle setzt er an. Er hatte erst vor kurzem in der Synagoge von Nazaret begonnen, zu predigen, aber seine Landsleute hatten ihn aus der Stadt hinaus getrieben und sogar versucht, ihn zu töten (vgl. Lk 4,28-30). Also verlässt er den heiligen Ort und beginnt, das Wort unter den Menschen zu predigen, auf den Straßen, wo sich die Frauen und Männer seiner Zeit jeden Tag abmühen. Christus will Gottes Nähe genau an die Orte und in die Situationen hineintragen, wo die Menschen leben, ringen, hoffen und manchmal das Scheitern und den Misserfolg in Händen halten, eben wie jene Fischer, die in der Nacht nichts gefangen hatten. Jesus sieht liebevoll auf Simon und seine Gefährten, die müde und betrübt ihre Netze waschen und dabei eine Bewegung wiederholen, die aber zugleich müde und resigniert wirkt: Es blieb nichts anderes übrig, als mit leeren Händen nach Hause zu gehen.
Manchmal können wir auf unserem Weg als Kirche eine ähnliche Müdigkeit verspüren, wenn es uns scheint, nur leere Netze in den Händen zu halten. Es ist ein Gefühl, das in Ländern mit alter christlicher Tradition weit verbreitet ist, die viele soziale und kulturelle Veränderungen durchmachen und zunehmend von Säkularismus, Gleichgültigkeit gegenüber Gott und einer zunehmenden Abkehr von der Glaubenspraxis geprägt sind. Und dies wird oft noch verstärkt durch die Enttäuschung und den Zorn, den manche gegenüber der Kirche empfinden, manchmal wegen unseres schlechten Zeugnisses und der Skandale, die ihr Antlitz entstellt haben und die zu einer demütigen und beständigen Läuterung aufrufen, ausgehend vom Schmerzensschrei der Opfer, die immer aufgenommen und gehört werden müssen. Wenn man sich aber entmutigt fühlt, besteht die Gefahr, dass man aus dem Boot steigt und in den Netzen der Resignation und des Pessimismus hängenbleibt. Stattdessen müssen wir die Mühen und Tränen zum Herrn bringen, um dann die pastoralen und spirituellen Situationen mit offenem Herzen anzugehen und gemeinsam manch neuen Weg zu erproben, im Vertrauen darauf, dass Jesus seine geliebte Braut stets an die Hand nimmt und wiederaufrichtet.
Sobald die Apostel nämlich heraussteigen, um die verwendete Ausrüstung zu waschen, steigt Jesus in das Boot und fordert sie auf, ihre Netze wieder auszuwerfen. Er sucht uns in unserer Einsamkeit und in unseren Krisen auf, um uns zu helfen, einen Neuanfang zu machen. Auch heute zieht er an den Ufern des Lebens vorüber, um die Hoffnung wiederzuerwecken und auch uns zu sagen, wie zu Simon und den anderen: »Fahr hinaus, wo es tief ist, und werft eure Netze zum Fang aus!« (Lk 5,4). Brüder und Schwestern, was wir erleben, ist sicher eine schwierige Zeit, aber der Herr fragt diese Kirche heute: „Willst du aus dem Boot aussteigen und in Enttäuschung versinken, oder mich einsteigen lassen und erlauben, dass noch einmal die Neuheit meines Wortes das Steuer in die Hand nimmt? Willst du nur an der Vergangenheit festhalten, die hinter dir liegt, oder deine Netze erneut mit Begeisterung zum Fischen auswerfen?“ Das ist es, was der Herr von uns verlangt: Wieder die Unruhe für das Evangelium zu wecken. Und wir könnten sagen, dass dies die „gute“ Unruhe ist, die die Unermesslichkeit des Ozeans euch Portugiesen übermittelt: das Ufer hinter sich zu lassen, nicht um die Welt zu erobern, sondern um sie mit dem Trost und der Freude des Evangeliums zu beschenken. In dieser Perspektive kann man die Worte eines eurer großen Missionare lesen, Pater António Vieira, genannt „Paiaçu“, großer Vater: Er sagte, dass Gott euch ein kleines Land gegeben habe, um darin geboren zu werden, dass er euch aber mit dem Blick auf den Ozean die ganze Welt gab, um zu sterben: »Um geboren zu werden, wenig Land; um zu sterben, die ganze Erde: Um geboren zu werden, Portugal; um zu sterben, die Welt« (A. Vieira, Sermões, Vol. III, Band VII, Porto 1959, S. 69). Die Netze wieder auswerfen und die Welt mit der Hoffnung des Evangeliums umfassen: Dazu sind wir aufgerufen! Es ist nicht die Zeit, anzuhalten und aufzugeben, das Boot am Ufer festzumachen oder zurückzublicken; wir dürfen nicht vor dieser Zeit fliehen, weil sie uns ängstigt, und uns in Formen und Stile der Vergangenheit flüchten. Nein, dies ist die Zeit der Gnade, die der Herr uns schenkt, damit wir auf das Meer der Evangelisierung und Mission hinausfahren können.
Um dies zu tun, müssen wir jedoch auch Entscheidungen treffen. Ich möchte auf drei davon hinweisen, die vom Evangelium inspiriert sind.
An erster Stelle, aufs Meer hinausfahren. Um die Netze wieder auszuwerfen, muss man das Ufer der Enttäuschungen und der Unbeweglichkeit verlassen, sich von jener süßlichen Traurigkeit und jenem ironischen Zynismus distanzieren, die uns angesichts von Schwierigkeiten überkommen. Das ist notwendig, um vom Defätismus zum Glauben überzugehen, so wie Simon, der sagt, obwohl er sich die ganze Nacht vergeblich abgemüht hat: »Auf dein Wort hin werde ich die Netze auswerfen« (Lk 5,5). Um aber dem Herrn und seinem Wort jeden Tag zu vertrauen, reichen Worte nicht aus, es ist viel Gebet nötig. Nur in der Anbetung, nur vor dem Herrn, entdeckt man den Geschmack und die Leidenschaft für die Evangelisierung wieder. Dann überwindet man die Versuchung, eine „Pastoral der Nostalgie und des Nachtrauerns“ zu betreiben und hat den Mut, ohne Ideologien und ohne Weltlichkeit aufs Meer hinauszufahren,, angetrieben von einem einzigen Wunsch: dass das Evangelium alle erreichen möge. Ihr habt viele Beispiele auf diesem Weg und, da wir mitten unter jungen Menschen sind, erinnere ich gerne an einen jungen Mann aus Lissabon, den heiligen Johannes de Britto, der vor Jahrhunderten inmitten vieler Schwierigkeiten nach Indien aufbrach und begann, so zu sprechen und sich so zu kleiden wie die Menschen, die er traf, um Jesus zu verkünden. Auch wir sind aufgefordert, unsere Netze in die Zeit einzutauchen, in der wir leben, mit allen zu sprechen, das Evangelium verständlich zu machen, auch wenn wir dabei riskieren, in einige Stürme zu geraten. Wie die jungen Menschen, die aus der ganzen Welt hierherkommen, um die riesigen Wellen von Nazaré herauszufordern, fahren auch wir ohne Angst aufs Meer hinaus; fürchten wir uns nicht, uns dem offenen Meer zu stellen, denn inmitten des Sturms und der Gegenwinde kommt uns Jesus entgegen, der sagt: „Habt Vertrauen, ich bin es; fürchtet euch nicht!“ (Mt 14,27).
Eine zweite Entscheidung: gemeinsam die Seelsorge voranbringen. Im Text betraut Jesus Petrus mit der Aufgabe, aufs Meer hinauszufahren, aber dann spricht er im Plural und sagt »werft eure Netze […] aus« (Lk 5,4): Petrus steuert das Boot, aber alle sind mit im Boot und alle sind aufgerufen, die Netze herabzusenken. Und als sie eine große Menge Fische fangen, denken sie nicht, dass sie es allein schaffen können, sie behandeln das Geschenk nicht als Besitz und Privateigentum, sondern, so heißt es im Evangelium, »sie gaben ihren Gefährten im anderen Boot ein Zeichen, sie sollten kommen und ihnen helfen« (Lk 5,7). So füllten sie zwei Boote, nicht eines. Eins bedeutet Einsamkeit, Abschottung, Anspruch auf Selbstgenügsamkeit, zwei hingegen bedeutet Beziehung. Die Kirche ist synodal, sie ist Gemeinschaft, gegenseitige Hilfe, gemeinsames Unterwegssein. Darauf zielt die derzeitige Synode ab, die im kommenden Oktober zum ersten Mal zusammentreten wird. Auf dem Schiff der Kirche muss Platz für alle sein: Alle Getauften sind aufgerufen, einzusteigen, die Netze auszuwerfen und sich persönlich für die Verkündigung des Evangeliums einzusetzen. Das ist eine große Herausforderung, vor allem bei den Umständen, in denen Priester und Gottgeweihte ermüdet sind, weil sie immer weniger werden, während die pastoralen Erfordernisse steigen. Wir können diese Situation jedoch als Chance betrachten, die Laien mit geschwisterlichem Elan und gesunder pastoraler Kreativität einzubinden. Die Netze der ersten Jünger werden dann zu einem Bild der Kirche, die ein „Beziehungsnetz“ menschlicher, geistlicher und pastoraler Art ist. Wenn es keinen Dialog, keine Mitverantwortung und keine Beteiligung gibt, altert die Kirche. Ich möchte es so ausdrücken: Ein Bischof darf nie ohne sein Presbyterium und das Volk Gottes sein; ein Priester darf nie ohne sein Mitbrüder sein; und alle zusammen, Priester, Ordensleute und gläubige Laien dürfen als Kirche nie ohne die anderen, ohne die Welt leben. Ohne Weltlichkeit, aber nicht ohne die Welt. In der Kirche helfen wir einander, wir unterstützen uns gegenseitig und wir sind aufgerufen, auch nach außen hin ein konstruktives Klima der Geschwisterlichkeit zu verbreiten. So schreibt der heilige Petrus, dass wir die lebendigen Steine sind, die für den Aufbau eines geistigen Hauses verwendet werden (vgl. 1 Petr 2,5). Ich möchte hinzufügen: Ihr portugiesischen Gläubigen seid auch eine „calçada“, ihr seid die kostbaren Steine jenes einladenden und glänzenden Fußbodens, auf dem das Evangelium wandeln muss: Kein einziger Stein darf fehlen, sonst fällt es sofort auf. Dies ist die Kirche, die wir mit Gottes Hilfe aufzubauen gerufen sind!
Schließlich die dritte Entscheidung: zu Menschenfischern werden. Jesus betraut die Jünger mit der Sendung, auf das Meer der Welt hinauszufahren. In der Heiligen Schrift wird das Meer oft mit dem Ort des Bösen und der feindlichen Mächte assoziiert, welche die Menschen nicht beherrschen können. Menschen zu fischen und aus dem Wasser zu ziehen bedeutet daher, ihnen zu helfen, sich wieder aus dem zu erheben, worin sie versunken sind, sie von dem Bösen zu erretten, das sie zu ertränken droht, und sie aus jeglicher Form des Todes zu erwecken. Das Evangelium ist nämlich eine Verkündigung des Lebens im Meer des Todes, der Freiheit in den Strudeln der Sklaverei, des Lichts im Abgrund der Finsternis. Wie der heilige Ambrosius sagt: »Und mit Recht gleicht das Rüstzeug der Apostel einem Fischnetz: es tötet die gefangenen Fischlein nicht, sondern hält sie fest und zieht sie aus dem Grund ans Licht« (Exp. Luc. IV, 68-79). Es gibt so viel Dunkelheit in der heutigen Gesellschaft, auch hier in Portugal. Wir haben das Gefühl, dass es an Begeisterung mangelt, an Mut zum Träumen, an Kraft, sich den Herausforderungen zu stellen, an Vertrauen in die Zukunft. Und währenddessen befahren wir Wasser der Ungewissheit, der wirtschaftlichen Unsicherheit, der Armut an sozialer Freundschaft, des Mangels an Hoffnung. Wir als Kirche sind mit der Aufgabe betraut, uns in die Gewässer dieses Meeres zu begeben und das Netz des Evangeliums auszuwerfen, ohne dass wir dabei mit dem Finger auf andere zeigen, sondern indem wir den Menschen unserer Zeit einen neuen Lebensentwurf, nämlich den von Jesus, bringen: die Aufnahmebereitschaft des Evangeliums in eine multikulturelle Gesellschaft bringen; die Nähe des Vaters in Situationen der wirtschaftlichen Unsicherheit und der Armut hineintragen, die vor allem unter den jungen Menschen zunehmen; die Liebe Christi dorthin bringen, wo die Familie zerbrechlich ist und die Beziehungen verletzt sind; die Freude des Geistes dort vermitteln, wo Entmutigung und Fatalismus herrschen. Einer eurer Schriftsteller schrieb: »Um in der Unendlichkeit anzukommen, und ich glaube, dass wir dorthin gelangen können, brauchen wir einen Hafen, nur einen einzigen, einen sicheren, um von dort aus ins Unbestimmte aufzubrechen« (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lissabon 1998, 247). Träumen wir von der Kirche in Portugal als „sicherem Hafen“ für alle, die sich den Überfahrten, Schiffbrüchen und Stürmen des Lebens stellen!
Ich danke euch von Herzen, Brüder und Schwestern, dass ihr zuhört, für das, was ihr tut, für euer Beispiel und für eure Beharrlichkeit. Vielen Dank! Und ich vertraue euch Unserer Lieben Frau von Fatima, der Obhut des Engels von Portugal und dem Schutz eurer großen Heiligen an, insbesondere hier in Lissabon dem heiligen Antonius, dem unermüdlichen Apostel, dem inspirierten Prediger, dem Jünger des Evangeliums, der die gesellschaftlichen Übel aufmerksam wahrgenommen hat und voller Mitgefühl für die Armen war: Möge er für euch Fürsprache einlegen und euch die Freude über einen neuen wunderbaren Fischfang schenken. Und vergesst bitte nicht, für mich zu beten.
[01185-DE.01] [Originalsprache: Spanisch]
Traduzione in lingua polacca
Drodzy Bracia Biskupi
Drodzy kapłani i diakoni, osoby konsekrowane i seminarzyści,
Drodzy posługujący w duszpasterstwie bracia i siostry, dobry wieczór!
Cieszę się, że mogę być pośród was, żeby przeżywać razem z wieloma młodymi Światowe Dni Młodzieży, ale także dzielić waszą drogę kościelną, wasze trudy i wasze nadzieje. Dziękuję księdzu biskupowi José Ornelas Carvalho za skierowane do mnie słowa. Pragnę modlić się z wami, abyśmy, jak powiedział, stali się wraz z młodymi odważni w przyjęciu „Bożego marzenia i w znalezieniu dróg radosnego, wielkodusznego i przemieniającego uczestnictwa, dla Kościoła i dla ludzkości”.
Zanurzyłem się w pięknie waszego kraju, ziemi przejścia między przeszłością a przyszłością, miejsca starożytnych tradycji i wielkich przemian, upiększonego bujnymi dolinami i złotymi plażami z widokiem na bezgraniczne piękno oceanu stanowiącego wybrzeże Portugalii. To prowadzi mnie do pierwszego powołania uczniów, których Jezus wezwał nad brzegiem Jeziora Galilejskiego. Chciałbym zatrzymać się nad tym powołaniem, które podkreśla to, co właśnie usłyszeliśmy w krótkim czytaniu Nieszporów: Pan nas zbawił i powołał nie na podstawie naszych czynów, ale według swojej łaski (por. 2 Tm 1, 9). Tak było w życiu pierwszych uczniów, kiedy Jezus, przechodząc obok, „zobaczył dwie łodzie, stojące przy brzegu; rybacy zaś wyszli z nich i płukali sieci” (Łk 5,2). Następnie Jezus wsiadł do łodzi Szymona i po wygłoszeniu mowy do tłumów zmienił życie tych rybaków, zapraszając ich do wypłynięcia na głębię i zarzucenia sieci. Od razu zauważamy kontrast: z jednej strony rybacy wychodzą z łodzi, aby wypłukać sieci, to znaczy żeby je oczyścić, zakonserwować i wrócić do domu; z drugiej strony Jezus wsiada do łodzi i zaprasza ich do ponownego zarzucenia sieci na połów. Widać różnice: uczniowie schodzą w dół, Jezus wchodzi w górę; oni chcą zabezpieczyć sieci, On chce, żeby ponownie zarzucono je w morze, aby łowić ryby.
Przede wszystkim są rybacy, którzy wychodzą z łodzi, aby wypłukać sieci. Jest to scena rozpościerająca się przed oczami Jezusa, który zatrzymuje się właśnie w tym miejscu. Niedawno zaczął przepowiadać w synagodze w Nazarecie, ale jego rodacy wypędzili Go z miasta, a nawet próbowali zabić (por. Łk 4, 28-30). Opuszcza więc święte miejsce i zaczyna głosić Słowo pośród ludzi, na ulicach, gdzie kobiety i mężczyźni Jego czasów pracują każdego dnia. Chrystus pragnie zanieść bliskość Boga właśnie w miejsca i sytuacje, w których ludzie żyją, zmagają się, żywią nadzieję, czasami ściskając w dłoniach porażki i niepowodzenia, tak jak ci rybacy, którzy w nocy nic nie ułowili. Jezus patrzy z czułością na Szymona i jego towarzyszy, którzy zmęczeni i rozgoryczeni płuczą sieci, wykonując gest powtarzalny, ale także znużony i zrezygnowany: nie pozostało im nic innego, jak powrócić do domu z pustymi rękami.
Czasami, na naszej kościelnej drodze, możemy doświadczyć podobnego znużenia, kiedy się nam wydaje, że trzymamy w rękach tylko puste sieci. Jest to uczucie dość powszechne w krajach o starożytnej tradycji chrześcijańskiej, przechodzących wiele przemian społecznych i kulturowych i coraz bardziej naznaczonych sekularyzmem, obojętnością wobec Boga, z coraz większym oderwaniem od praktyki wiary. Do tego często dochodzi rozczarowanie i złość, jaką niektórzy odczuwają wobec Kościoła, czasami z powodu naszego złego świadectwa i skandali, które oszpeciły jego oblicze i które wymagają pokornego i ciągłego oczyszczania, wychodząc od krzyku cierpienia ofiar, który zawsze musi być przyjęty i wysłuchany. Ale ryzyko, kiedy czujemy się zrezygnowani, polega na wyjściu z łodzi, zaplątaniu się w sieci rezygnacji i pesymizmu. Musimy natomiast zanieść Panu nasze trudy i łzy, a następnie stawić czoła sytuacjom duszpasterskim i duchowym, stając wobec nich z otwartością serca i wspólnie doświadczając pewnej nowej drogi, którą trzeba pójść, ufając, że Jezus nadal bierze swoją umiłowaną Oblubienicę za rękę i ją podnosi.
Istotnie, skoro tylko apostołowie schodzą na dół, aby umyć używane narzędzia, Jezus wsiada do łodzi i następnie zaprasza do ponownego zarzucenia sieci. Przychodzi szukać nas w naszej samotności i w naszych kryzysach, aby pomóc nam zacząć od nowa. Również dzisiaj przechodzi nad brzegiem egzystencji, aby obudzić w nas nadzieję i powiedzieć nam, tak jak Szymonowi i innym: „Wypłyń na głębię i zarzućcie sieci na połów!” (Łk 5, 4). Bracia i siostry, to, co przeżywamy, jest z pewnością okresem trudnym, ale Pan pyta dziś ten Kościół: „Czy chcesz wyjść z łodzi i pogrążyć się w rozczarowaniu, czy też chcesz pozwolić, bym wsiadł i aby nowość Mojego słowa ponownie przejęła ster? Czy chcesz jedynie zatrzymać przeszłość, którą masz za sobą, czy też chcesz entuzjastycznie ponownie zarzucić sieci na połów?”. O to właśnie prosi nas Pan: o rozbudzenie niepokoju dla Ewangelii. I możemy powiedzieć, że jest to „dobry” niepokój, który bezmiar oceanu przekazuje wam, Portugalczykom: wyjść na przeciwległy brzeg nie po to, by podbić świat, ale by ożywić go pociechą i radością Ewangelii. W tej perspektywie można odczytać słowa jednego z waszych wielkich misjonarzy, ojca António Vieiry, nazywanego „Paiaçu”, wielkim ojcem: mawiał, że Bóg dał wam małą ziemię na narodziny, lecz sprawiając, byście patrzyli na ocean, dał wam cały świat, żeby umrzeć: „Niewiele ziemi, by się narodzić; aby umrzeć całą ziemię: aby się urodzić - Portugalię; żeby umrzeć, świat” (A. Vieira, Omelie, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Jesteśmy powołani do tego, żeby ponownie zarzucić sieci i ogarnąć świat nadzieją Ewangelii: Nie jest to czas, by się zatrzymać i zrezygnować, zacumować łódź na brzegu lub spojrzeć wstecz; nie możemy uciekać od tego czasu, bo nas przeraża i schronić się w formach i stylach z przeszłości. Nie, to jest czas łaski, który daje nam Pan, abyśmy wypłynęli na morze ewangelizacji i misji.
Jednakże, aby to uczynić, musimy także dokonywać wyborów. Chciałbym wskazać trzy z nich, inspirowane Ewangelią.
Po pierwsze, wypłynąć na głębię. Aby ponownie zarzucić sieci na morze, musimy opuścić brzeg rozczarowań i stagnacji, zdystansować się od tego słodkiego smutku i ironicznego cynizmu, które atakują nas w obliczu trudności. Jest to konieczne, aby przejść od defetyzmu do wiary, jak Szymon, który chociaż na próżno trudził się całą noc mówi: „na Twoje słowo zarzucę sieci” (Łk 5, 5). Aby jednak codziennie zaufać Panu i Jego słowu, nie wystarczą słowa, potrzeba wiele modlitwy. Tylko w adoracji, tylko przed Panem człowiek odkrywa na nowo smak i pasję ewangelizacji. Wtedy przezwycięża się pokusę „duszpasterstwa nostalgii i żalów” i mamy odwagę wypłynąć na głębię, bez ideologii i bez światowości, będąc ożywionymi jednym pragnieniem: aby Ewangelia dotarła do wszystkich. Macie wiele wzorów na tej drodze, a ponieważ jesteśmy zanurzeni wśród młodych, chciałbym przypomnieć młodego człowieka z Lizbony, świętego Jana z Brito, który przed wiekami, pośród bardzo wielu trudności wyjechał do Indii i zaczął mówić i ubierać się tak samo jak ci, których spotkał, żeby głosić Jezusa. My również jesteśmy wezwani do zanurzenia naszych sieci w czasach, w których żyjemy, do dialogu ze wszystkimi, do uczynienia Ewangelii zrozumiałą, nawet jeśli aby to czynić narażamy się na jakieś burze. Podobnie jak ludzie młodzi, którzy przybywają tu z całego świata, aby zmierzyć się z ogromnymi falami Nazaré, my również wypływamy w morze bez lęku; nie bójmy się stawić czoła otwartemu morzu, ponieważ pośród burzy i wiatrów spotyka nas Jezus, który mówi „Odwagi! To Ja jestem, nie bójcie się! ” (Mt 14, 27).
Drugi wybór: wspólne prowadzenie duszpasterstwa. W tekście Jezus powierza Piotrowi zadanie wypłynięcia w morze, ale potem mówi w liczbie mnogiej, powiadając „zarzućcie sieci” (Łk 5, 4): Piotr prowadzi łódź, ale wszyscy są w łodzi i wszyscy są wezwani do zarzucenia sieci. A kiedy złowili dużą ilość ryb, nie myśleli, że mogą to uczynić sami, nie traktowali daru jako dobra i własności prywatnej ale, jak mówi Ewangelia, „skinęli na wspólników w drugiej łodzi, żeby im przyszli z pomocą” (Łk 5, 7). W ten sposób napełnili dwie łodzie, a nie jedną. Jedna oznacza samotność, zamknięcie, roszczenie do samowystarczalności, dwie oznaczają relację. Kościół jest synodalny, jest komunią, wzajemną pomocą, wspólną drogą. Taki jest cel trwającego obecnie Synodu, którego pierwsze zgromadzenie odbędzie się w październiku. W łodzi Kościoła musi być przestrzeń dla wszystkich: wszyscy ochrzczeni są wezwani do wejścia do łodzi i zarzucenia sieci, angażując się osobiście w głoszenie Ewangelii. Jest to wielkie wyzwanie, zwłaszcza w sytuacjach, w których kapłani i osoby konsekrowane są znużeni, ponieważ podczas gdy rosną potrzeby duszpasterskie, jest ich coraz mniej. Możemy jednak spojrzeć na tę sytuację jako na okazję do angażowania świeckich z braterskim entuzjazmem i zdrową kreatywnością duszpasterską. Sieci pierwszych uczniów stają się zatem obrazem Kościoła, który jest ludzką, duchową i duszpasterską „siecią relacji”. Jeśli nie ma dialogu, współodpowiedzialności i uczestnictwa, Kościół się starzeje. Ująłbym to tak: nigdy biskup bez swojego prezbiterium i Ludu Bożego; nigdy kapłan bez współbraci; i wszyscy razem – kapłani, zakonnice i zakonnicy oraz wierni świeccy - jako Kościół, nigdy bez innych, bez świata. Bez światowości, ale nie bez świata. W Kościele pomagamy sobie nawzajem, wspieramy się i jesteśmy wezwani do szerzenia konstruktywnego klimatu braterstwa także na zewnątrz. Z drugiej strony, św. Piotr pisze, że jesteśmy żywymi kamieniami używanymi do wznoszenia duchowej świątyni (por. 1 P 2, 5). Chciałbym dodać: wy, portugalscy wierni, jesteście również „calçada”, jesteście drogocennymi kamieniami tej przyjaznej i wspaniałej posadzki, po której musi kroczyć Ewangelia: nie może zabraknąć ani jednego kamienia, w przeciwnym razie będzie to natychmiast zauważalne. Oto jest Kościół, do budowania którego, z Bożą pomocą, jesteśmy powołani!
Wreszcie trzeci wybór: stawać się rybakami ludzi. Jezus powierza uczniom misję wypłynięcia na głębię morza świata. Często w Piśmie Świętym morze kojarzy się z miejscem zła i mocy przeciwnych, których ludzie nie są w stanie opanować. Dlatego łowienie ludzi i wyciąganie ich z wody oznacza pomaganie im w wynurzaniu się z miejsca, w którym zatonęli, ratowanie ich przed złem, które grozi im utonięciem, wskrzeszanie ich z wszelkich form śmierci. Ewangelia jest bowiem głoszeniem życia w morzu śmierci, wolności w wirze niewoli, światła w otchłani ciemności. Św. Ambroży stwierdza, że „Słusznie przyrządem apostolskim są sieci. Cne schwytanych nie gubią, lecz zachowują i z głębi na światło wyciągają; chwiejnych z głębiny wzwyż ciągną” (Wykład Ewangelii św. Łukasza, IV, 72, tłum. o. Władysław Szołdrski, ATK Warszawa, 1977, s. 160 n.) W dzisiejszym społeczeństwie jest bardzo wiele ciemności, także tutaj, w Portugalii. Mamy wrażenie, że zabrakło entuzjazmu, odwagi, by marzyć, siły, by stawić czoła wyzwaniom, zaufania w przyszłość; a tymczasem poruszamy się w niepewności, w niedostatku ekonomicznym, w ubóstwie przyjaźni społecznej, w braku nadziei. Nam, jako Kościołowi, powierzono zadanie zanurzenia się w wodach tego morza, zarzucając sieć Ewangelii, bez wytykania palcami, ale niosąc ludziom naszych czasów propozycję nowego życia, życia Jezusa: zaniesienia akceptacji Ewangelii w społeczeństwo wielokulturowe; zaniesienia bliskości Ojca w sytuacje niepewności i ubóstwa, które narastają, zwłaszcza wśród młodych; zaniesienie miłości Chrystusa tam, gdzie rodzina jest krucha, a relacje zranione; przekazanie radości Ducha tam, gdzie panuje demoralizacja i fatalizm. Jeden z waszych pisarzy napisał: „By dotrzeć do nieskończoności, a wierzę, że możemy tam dotrzeć, potrzebujemy portu, tylko jednego, bezpiecznego, a stamtąd wyruszyć ku Nieokreślonemu” (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Marzmy o portugalskim Kościele jako „bezpiecznym porcie” dla każdego, kto stoi w obliczu przepraw, katastrof i burz życiowych!
Dziękuję wam z całego serca, bracia i siostry, za słuchanie, za to, co robicie, za wasz przykład i za waszą wytrwałość. Dziękuję bardzo! Powierzam was Matce Bożej Fatimskiej, opiece Anioła Portugalii i waszym wielkim świętym, zwłaszcza tu, w Lizbonie, świętemu Antoniemu, niestrudzonemu apostołowi, natchnionemu kaznodziei, uczniowi Ewangelii uważnemu na bolączki społeczeństwa i pełnemu współczucia dla ubogich: niech wstawia się za wami i obdarzy was radością nowego cudownego połowu. I proszę, nie zapominajcie modlić się za mnie.
[01185-PL.01] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua araba
الزيارة الرّسوليّة إلى البرتغال
في مناسبة اليوم العالمي للشّبيبة
عظة قداسة البابا فرنسيس
في صلاة الغروب مع الأساقفة والكهنة والشّمامسة والمكرّسين والمكرّسات والإكليركيّين والعاملين الرّعويّين
في ”دير هيرونموس“ - لشبونة
الأربعاء 2 آب/أغسطس 2023
الإخوة الأساقفة الأعزّاء،
الكهنة والشّمامسة والمكرّسون والمكرّسات والإكليريكيّون الأعزّاء،
العاملون الرّعويّون، والإخوة والأخوات الأعزّاء، مساء الخير!
يسعدني أن أكون بينكم لنعيش معًا يوم الشّبيبة العالميّ مع الشّباب الكثيرين، ولنشارككم أيضًا في مسيرتكم الكنسيّة وجهودكم وآمالكم. أشكر المطران خوسيه أورنيلاس كارفالو على الكلمات التي وجّهها إليّ. أودّ أن أصلّي معكم حتّى نتمكّن، كما قال، من أن نصير، مع الشّباب، جريئين في التّرحيب ”بـحلم الله وفي إيجاد طرق للمشاركة السّعيدة والسّخية والتي تغيّر الكنيسة والإنسانيّة“.
غَمَرني جمال بلدكم، أرض العبور بين الماضي والمستقبل، ومكان التّقاليد القدّيمة والتّغيرات الكبيرة، تزيّنه الوديان النّضرة والشّواطئ الذّهبيّة المطلّة على جمال المحيط اللامحدود، الذي يحدّ البرتغال. يُعيدني هذا إلى البيئة التي كانت فيها دعوة التّلاميذ الأوائل، الذين دعاهم يسوع على شاطئ بحر الجليل. أودّ أن أتوقّف عند هذه الدّعوة التي توضّح ما سمعناه قبل قليل في القراءة القصيرة من صلاة الغروب: خلّصنا الرّبّ يسوع ودعانا، ليس بِالنَّظَرِ إِلى أعمالنا، بل وَفْقًا لنعمته (راجع 2 طيموتاوس 1، 9). حدث هذا في حياة التّلاميذ الأوّلين عندما رأى يسوع، وهو يتجوَّل، "سَفينَتَينِ راسِيَتَينِ عِندَ الشَّاطِئ، وقد نَزَلَ مِنهُما الصَّيَّادونَ يَغسِلونَ الشِّباك" (لوقا 5، 2). إذّاك صعد يسوع على سفينة سمعان، وبعد أن تحدّث إلى الجموع، غيّر حياة هؤلاء الصّيّادين ودعاهم ليسيروا في عُرْض البحر ويُلقُوا شباكهم. نلاحظ على الفور تباينًا: من ناحيّة، نزل الصّيّادون من السّفينة ليغسلوا شباكهم، أيّ لتنظيفها وحفظها جيّدًا، والعودة إلى البيت. ومن ناحيّة أخرى، صعد يسوع إلى السّفينة ودعاهم إلى أن يُلقُوا شِباكَهم مرّة أخرى لِلصَّيد. الاختلافات ظاهرة: نزل التّلاميذ وصعد يسوع. هم يريدون أن يَطوُوا الشّباك، وهو يريد أن يُلقُوا الشّباك من جديد في البحر لِلصّيد.
أوّلًا، هناك صيّادون نزلوا من السّفينة ليغسلوا الشّباك. هذا هو المشهد أمام عينيّ يسوع. وقد توقّف يسوع هناك. كان قد بدأ كرازته قبل قليل في مَجْمَع النّاصرة، لكن أهل بلده قادوه خارج المدينة وحاولوا حتّى قتله (راجع لوقا 4، 28-30). لذلك خرج من المكان المقدّس وبدأ يعظ الكلمة بين النّاس، وفي الشّوارع حيث كان يجتهد رجال ونساء عصره في حياة وكفاح كلّ يوم. اهتمّ المسيح بأن يجعل الله قريبًا بين النّاس في الأماكن والحالات التي يعيش فيها الناس ويكافحون ويأملون، وأحيانًا يحملون بين أيديهم الإخفاقات والفشل، تمامًا مثل أولئك الصّيّادين الذين لم يصطادوا شيئًا طوالَ الليل. نظر يسوع بحنان إلى سمعان ورفاقه الذين كانوا يغسلون شباكهم، يقومون بعملهم ويكرّرونه مرّة بعد مرّة، مستسلِمين، منهكِين، متعبِين تملأهم المرارة: لم يبقَ لهم إلّا أن يعودوا إلى البيت بأيدٍ فارغة.
أحيانًا، في مسيرتنا الكنسيّة، يمكن أن نشعر بتعب مماثل، فيبدو لنا أنّنا نحمل في أيدينا شباكًا فارغة فقط. إنّه شعور منتشر إلى حدّ ما في البلدان ذات التّقاليد المسيحيّة القديمة، والتي شملتها التّغيرات الاجتماعيّة والثقافيّة العديدة، واتَّسَمت بشكل متزايد بالعلمانيّة، واللامبالاة تجاه الله، والابتعاد المتزايد عن ممارسة الإيمان. وقد يتفاقم الأمر أحيانًا بسبب الفشل والغضب الذي يشعر به البعض تجاه الكنيسة، أحيانًا بسبب شهادتنا السّيئة والشّكوك والعثرات التي شوهّت وجهها، وتدعونا إلى تطهير متواضع ومستمّر، بدءًا من صرخة ألَم الضّحايا، ودائمًا أن نقبلهم ونصغي إليهم. وعندما نشعر بأنّنا مصابون بالإحباط، الخطر هو أن ننزل من السّفينة، ونبقى متمسكين بشباك الاستسلام والتّشاؤم. بدل ذلك، يجب أن نحمل تعبنا ودموعنا إلى الرّبّ يسوع، لكي نواجه بعد ذلك المواقف الرّعويّة والرّوحيّة، ونواجه بعضنا بعضًا بقلب منفتح، ونختبر معًا بعض الطّرق الجديدة للاستمرار، ونحن واثقون بأنّ يسوع سيستمرّ في الإمساك بيد عروسه الحبيبة [الكنيسة] وسينهضها مرّة أخرى.
في الواقع، بمجرد أن نزل الرّسل ليغسلوا الأدوات المستخدمة، صعد يسوع إلى السّفينة ثمّ دعاهم إلى أن يرسلوا الشّباك مرّة أخرى. إنّه يبحث عنّا في وحدتنا وفي أزماتنا ليساعدنا على البدء من جديد. واليوم أيضًا يمرّ على شواطئ حياتنا ليوقظ الرّجاء فينا وليقول لنا أيضًا، كما قال لسمعان والآخرين: "سِرْ في العُرْض، وأَرسِلوا شِباكَكُم لِلصَّيد" (لوقا 5، 4). أيّها الإخوة والأخوات، إنّنا نعيش بالتّأكيد في وقت صعب، لكن الرّبّ يسوع يسأل اليوم هذه الكنيسة: ”هل تريدين أن تنزلي من السّفينة وتغرقي في الفشل، أم تسمحين لي بأن أصعد، فتسمحي مرّة أخرى لكلّ ما هو جديد في كلمتي أن يتسلّم دفة القيادة؟ هل تريدين فقط أن تحافظي على الماضيّ الذي عبر أم أن ترسلي الشّباك باندفاع للصّيد من جديد؟“ هذا ما يطلبه منّا الرّبّ يسوع: أن نوقظ القلق للإنجيل. ويمكننا أن نقول إنّ هذا هو القلق ”الجيّد“ الذي يسلّمه إليكم، أنتم البرتغاليّين، المحيط الفسيح: أن تنطلقوا إلى ما وراء شواطئكم، لا لغزو العالم، بل لتملأوا العالم بعزاء الإنجيل وفرحه. في هذه الرّؤيّة، يمكننا أن نفهم كلمات أحد مُرسَلِيكم الكبار، الأب أنطونيو فييرا، الذي تسَمُّونه ”Paiaçu“، الأب الكبير: قال إنّ الله أعطاكم أرضًا صغيرة لتولدوا فيها، ولكنّكم تواجهون المحيط، أعطاكم العالم كلّه لتموتوا: "لتولدوا، في الأرض الصّغيرة؛ ولتموتوا، في كلّ الأرض: لتولدوا، في البرتغال؛ ولتموتوا، في العالم" (A. Vieira, Omelie, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). أرسِلوا الشّباك مرّة أخرى وعانقوا العالم برجاء الإنجيل: إلى هذا دُعينا! ليس الوقت الآن للتّوقف والاستسلام، وإرساء السّفينة على الشاطئ أو النّظر إلى الوراء. يجب ألّا نهرب من هذا الوقت لأنّه يخيفنا، ونلجأ إلى أشكال وأنماط الماضيّ. لا، هذا هو وقت النّعمة الذي يعطينا إياه الرّبّ يسوع لنغامر في بحر البشارة بالإنجيل والرّسالة.
ولكن للقيام بذلك نحتاج أيضًا إلى أن نختار. وأريد أن أشير إلى ثلاثة أمور نختارها، مستوحاة من الإنجيل.
أوّلًا: سِرْ في العُرْض. لنرسل الشّباك مرّة أخرى في البحر، يجب أن نترك شواطئ الفشل والجمود، ونبتعد عن ذلك الحزن العذب وشدّة الألم السّاخرة التي تهاجمنا أمام الصّعوبات. يجب أن نقوم بذلك للانتقال من الانهزاميّة إلى الإيمان، مثل سمعان الذي قال على الرّغم من تعب الليل كلّه عبثًا: "بِناءً على قَولِكَ أُرسِلُ الشِّباكَ" (لوقا 5، 5). ولكن، حتّى نثقّ بالرّبّ يسوع وكلمته كلّ يوم، لا يكفي الكلام، بل من الضّروريّ أن نصلّي، كثيرًا. في السّجود، فقط أمام الرّبّ يسوع نجد الطّعم والحبّ للبشارة بالإنجيل. فيه فقط نتغلّب على تجربة تكرار ”العمل الرّعويّ المبني على الحنين إلى الماضيّ والشّكوى“، ونتشجّع لنسير في عرض البحر، بدون أيديولوجيّات وبدون دنيويّات، مدفوعين برغبة واحدة: أن يصل الإنجيل إلى الجميع. لديكم أمثلة كثيرة على هذا الطّريق، وبما أنّنا بين الشّباب، أودّ أن أذكر شابًا من لشبونة، القدّيس جوان دي بريتو، الذي غادر منذ قرون، وسط الصّعوبات العديدة، إلى الهند وبدأ يتكلّم ويلبس مثل الذين كان يلتقي بهم، من أجل التّبشير بيسوع. نحن مدعوّون أيضًا إلى إلقاء شباكنا في الزّمن الذي نعيش فيه، ونحاور الجميع، ونجعل الإنجيل مفهومًا، وحتّى لو غامرنا وتعرّضنا لبعض العواصف. مثل الشّباب الذين يأتون إلى هنا من جميع أنحاء العالم لتحدّي الأمواج العاتية في نازاري ) (Nazaré، نذهب نحن أيضًا بعيدًا عن الشّاطئ دون خوف. يجب ألّا نَخَفْ من أن نواجه البحر الفسيح، لأنّه في وسط العاصفة والرّياح المعاكسة يأتي يسوع للقائنا، يسوع الذي قال: "ثِقوا. أَنا هو، لا تَخافوا!" (متّى 14، 27)".
وثانيًا: أن نسير معًا في العمل الرّعويّ. في النّص، أوكل يسوع إلى بطرس مهمّة السّير في عرْض البحر، ثم تكلّم بصيغة الجمع وقال: "أَرسِلوا شِباكَكُم" (لوقا 5، 4). بطرس يقود السّفينة، والجميع في السّفينة، والجميع مدعوّون إلى أن يُرسلوا الشّباك. وعندما اصطادوا كمية كبيرة من السّمك، فإنّهم لم يفكّروا أنّهم يستطيعون عمل ذلك وحدهم، ولم يعتبروا الهبّة المعطاة لهم مِلكًا خاصًّا لهم، بل، كما يقول الإنجيل، "أَشاروا إِلى شُرَكائِهم في السَّفينَةِ الأُخرى أَن يَأتوا ويُعاوِنوهم" (لوقا 5، 7). فملأوا سفينتين، لا سفينة واحدة. السّفينة الواحدة تعني العزلة، والانغلاق، والادّعاء بالاكتفاء الذاتي، أمّا السّفينتان فتعنيان العلاقة. الكنيسة سينوديّة، وشركة ووَحدة، وتعاون متبادل، ومسيرة مشتركة. وهذا هو هدف السّينودس الجاري، والذي سيَعقد اجتماعه الأوّل في تشرين الأوّل/أكتوبر القادم. على متن سفينة الكنيسة، يجب أن يكون مكان للجميع: فجميع المعمدين مدعوّون إلى الصّعود إلى السّفينة وإرسال الشّباك، وأن يلتزم كلّ واحد شخصيًا بإعلان الإنجيل. إنّه تحدٍ كبير، لا سيّما في المجالات التي يتعب فيها الكهنة والمكرّسون، لأنّ عددهم يقِلّ، بينما تزداد الاحتياجات الرّعويّة. ومع ذلك، يمكننا أن ننظر إلى هذا الوضع باعتباره فرصة لإشراك العلمانيّين باندفاع أخويّ وإبداع رعويّ سليم. صارت شباك التّلاميذ الأوائل، إذن، صورة للكنيسة، التي هي ”شبكة علاقات“ إنسانيّة وروحيّة ورعويّة. إن لم يوجد حوار ومسؤوليّة مشتركة ومشاركة، فالكنيسة تَهرَم. أودّ أن أقول ذلك على هذا النّحو: لا يمكن أن يكون أبدًا أسقف بدون كهنته وشعب الله؛ ولا يمكن أن يكون أبدًا كاهن بدون إخوته الكهنة. الجميع معًا - الكهنة والرّاهبات والرّهبان والمؤمنون العلمانيّون - كنيسة، لا بدون الآخرين، وبدون العالم. بدون روح دنيويّة، ولكن ليس بدون العالم. في الكنيسة نساعد بعضنا البعض، وندعم بعضنا البعض، ونحن مدعوّون لنشر جوّ الأخوّة البنّاءة في الخارج أيضًا. من ناحية أخرى، كتب القدّيس بطرس أنّنا الحجارة الحيّة المستخدمة لبناء بَيت رُوحِيّ (راجع 1بطرس 2، 5). أودّ أن أضيف: أنتم المؤمنين البرتغاليّين تكوِّنُون أيضًا calçada”، أنتم الأحجار الكريمة في هذه الأرض المرحّبة والمشرقة التي يجب أن يسير عليها الإنجيل: ولا يمكن أن ينقص فيها حجر واحد، وإلّا فذلك يظهر فورًا. هذه هي الكنيسة التي نحن مدعوّون لبنائها، بعون الله.
أخيرًا، الخيار الثّالث: أن نصير صياديّ بشر. أوكل يسوع إلى التّلاميذ رسالة السّير في عُرض البحر والعالم. في كثير من الأحيان، في الكتاب المقدّس، البحر يشير إلى مكان الشّر والقوى المعاكسة التي لا يستطيع الإنسان السّيطرة عليها. لذلك فإنّ صيد البشر وإخراجهم بعيدًا من الماء يعني مساعدتهم على الخروج من حيث غرقوا، وإنقاذهم من الشّر الذي يوشك أن يخنقهم، وإحياءهم من كلّ أشكال الموت. في الواقع، الإنجيل هو إعلان الحياة في بحر الموت، والحرّيّة في دوامات العبوديّة، والنّور في هاوية الظّلام. كما كتب القدّيس أمبروزيوس، "أدوات الصّيد الرّسوليّ هي مثل الشّباك: الشّباك لا تقتل ما تمسكه، بل تبقيه على قيد الحياة، وترفعه من الهاوية إلى النّور" (تفسير في انجيل لوقا، المجلد 4، 68-79). هناك ظلمات كثيرة في مجتمع اليوم، حتّى هنا في البرتغال. إنّنا نشعر وكأنَّ الاندّفاع أخذ يغيب، وكذلك الجرأة على الحلم، والقوّة لمواجهة التّحديّات، والثّقة في المستقبل. فنحن نبحر في حالة من عدم اليقين، وعدم الاستقرار الاقتصاديّ، وفي فقر الصّداقة الاجتماعيّة، وانعدام الأمل. نحن، ككنيسة، أُوكلت إلينا مهمّة إلقاء أنفسنا في مياه هذا البحر وإرسال شباك الإنجيل، بدون أن نوجّه أصابع الاتّهام إلى أحد، بل نقترح على أناس عصرنا حياة جديدة، حياة يسوع. نهيّئ لقبول الإنجيل في مجتمع متعدّد الثّقافات؛ ونجعل الله الآب قريبًا في أوضاع يزداد فيها الاضطراب والفقر، خاصّة بين الشّباب، ونحمل حبّ المسيح حيث تكون العائلة متعثرة أو مجروحة، ونحمل فرح الرّوح حيث يسود الخذلان والاستسلام للقضاء والقدر. كتب أحد كتابكم: "للوصول إلى اللانهائي، وأعتقد أنّه يمكننا الوصول إليه، نحتاج إلى ميناء، واحد فقط، وآمن، ومن هناك يمكننا أن ننطلق نحو اللامحدود" (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). لنحلم بأن تكون كنيسة البرتغال هي ”الميناء الآمن“ لكلّ من يواجه عبور المحيط، والغرق، وعواصف الحياة!
أشكركم من كلّ قلبي، أيّها الأخوة والأخوات، على إصغائكم، وعلى ما تصنعون، وعلى مثالكم وعلى ثباتكم. شكرًا جزيلًا! وأوكلكم إلى سيّدتنا مريم العذراء، سيّدة فاطما، وإلى حراسة ملاك البرتغال وحماية قدّيسيكم الكبار، ولا سيّما هنا في لشبونة، القدّيس أنطونيوس، الرّسول الذي لا يكلّ، والواعظ المُلهَم، وتلميذ الإنجيل المتنبّه لشرور المجتمع والمليء بالشّفقة على الفقراء: ليشفع لكم ويمنحكم فرح صيد عجيب جديد. ومن فضلكم، لا تَنسَوا أن تصلّوا من أجلي.
[01185-AR.01] [Testo originale: Spagnolo]
[B0542-XX.02]